20 años después de la guerra aún quedan por desminar 3 provincias

En el destacamento Remolinos, los soldados retiran las minas que fueron enterradas durante la guerra del Cenepa de 1995. Foto: Paúl Rivas / El Comercio

En el destacamento Remolinos, los soldados retiran las minas que fueron enterradas durante la guerra del Cenepa de 1995. Foto: Paúl Rivas / El Comercio

La explosión se escucha entre los árboles que rodean al destacamento Remolinos, uno de los puntos militares que Ecuador tiene cerca a Perú. En la selva llueve lentamente. Es martes.

Ocho desminadores trabajan en medio del lodo y ese día destruyeron una mina antipersonal, de fabricación española, que los soldados peruanos enterraron, hace 20 años, cuando los dos países iniciaron un conflicto bélico en el Cenepa.

Únicamente hay un estrecho sendero delimitado con cintas rojas y amarillas. Por ahí caminan todos y para llegar a ese sitio los únicos accesos son las lanchas o por aire. Ese día, el helicóptero Puma del Ejército aterrizó en un helipuerto.

Allí estaban los ocho militares ecuatorianos que integran el Comando de Desminado del Batallón de Ingenieros Nº 68 Cotopaxi. Pablo Ungucha tiene 45 años. Es parte de se grupo.

En 1995 combatió en la guerra y ahora retira los explosivos.
Mañana se cumplen dos décadas del comienzo del enfrentamiento armado y el desminado terminó solo en Loja y El Oro. Aún falta por detectar dispositivos en Pastaza, Zamora y Morona Santiago, la provincia en la que opera Remolinos. En ese destacamento todavía se conservan intactas las trincheras.

Las secuelas de las explosiones aún están latentes. Ahora Jorge Cisneros tiene 73 años, pero mientras se daba la guerra uno de esos artefactos le destruyó su pierna izquierda.

Sucedió mientras caminaba por una zona fronteriza y abandonada en Zapotillo (Loja).

Estuvo hospitalizado y le colocaron tres prótesis. En ese tiempo, él hizo un curso de tapicería, hoy vive de esa actividad y “recibe asistencia”.

Lo mismo vivió Sixto Suquilanda a los 14 años, cuando también le amputaron la pierna derecha y le colocaron un implante. Hizo terapia física para recuperarse y estudió informática. Ahora trabaja en el Hospital Militar de Guayaquil.

Otros 41 militares ecuatorianos perdieron sus extremidades. Ungucha recuerda que a uno de sus compañeros le amputaron los dedos del pie izquierdo en pleno enfrentamiento armado de 1995. El uniformado no se percató que caminaba en una zona prohibida y un mina explotó al pisarla.

Las tareas de desminado comenzaron en el año 2000 tras la firma de la paz entre Ecuador y Perú. El teniente coronel Frank Landázuri es el comandante del Batallón de Ingenieros Nº 68 Cotopaxi. En ese cargo está desde agosto del año pasado y en su computadora portátil registra lo que se ha invertido en este trabajo: USD 9,5 millones desde el 2009. El oficial, de cabello cano, asegura que en los últimos 14 años no se han reportado accidentes de soldados, pese a que ellos trabajan en condiciones exigentes.

Los ocho que estaban en Remolinos llevaban encima de su camuflaje 28 kilos de equipamiento: la armadura kevlar, una aleación capaz de contener una detonación, un casco con visera y gruesos escarpines de caucho en las botas para evitar fracturas o amputaciones.

A estos se suma una mochila con una pala, un cincel, estacas, un serrucho, una tijera metálica grande para cortar hierba...
Dicen que todo lo miden milimétricamente para evitar cualquier accidente.

Este tipo de equipos también fue usado en la cordillera del Cóndor para retirar los explosivos sembrados junto a los hitos fronterizos.
El sargento Gonzalo Martínez supervisó esas tareas y contó que los soldados ecuatorianos dormían allí en carpas, en medio de los árboles.

Mientras trabajaban, pequeños jaguares se acercaban a su campamento atraídos por el olor de la comida; serpientes ingresaban dentro de las cubiertas de lona. Tenían un cocinero y se distraían con Internet satelital o televisión por cable. “No podíamos movernos, pues había explosivos y corríamos el riesgo de sufrir accidentes”.

Por la mañana, la temperatura era de 28 grados en la selva, pero subía a 35 dentro del armazón forrado con fibra verde, negra y marrón del camuflaje de los militares. Por las noches, el frío bajaba a 10 grados y se abrigaban con cobijas. “A la altura de la cordillera del Cóndor ya están las nubes y hay mucha agua. Por eso hay bastante frío allí”, cuenta Martínez. Ellos pasaron varios días en ese lugar hasta dejar el lugar habilitado.

En Remolinos el panorama es igual y así trabajan los soldados. Los uniformados recuerdan que en el conflicto del 95, las tropas ecuatorianas utilizaron una sola clase de explosivos. Estos eran de fabricación brasileña, mientras que los peruanos trasladaron al lugar del conflicto los dispositivos fabricados en Rusia, Estados Unidos, Israel, España y los que eran elaborados en ese país.
Ungucha recuerda que en ese entonces las minas daban cierta tranquilidad a las tropas ecuatorianas, pues sabían que estas alejaban a los soldados del Perú. La idea era que no se acercaran a sus puestos de combate y ocurriera un ataque masivo, especialmente en la noche.

Ahora la paradoja es que siente preocupación. Quiere sacarlas pronto para que no haya personas heridas en accidentes...

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