África Mía, el reino de la mujer cabeza de hogar

Richard Padilla (centro), uno de los pocos hombres del barrio, es hijo de Marcia Borja. Foto: EL COMERCIO

Richard Padilla (centro), uno de los pocos hombres del barrio, es hijo de Marcia Borja. Foto: EL COMERCIO

Richard Padilla (centro), uno de los pocos hombres del barrio, es hijo de Marcia Borja. Foto: EL COMERCIO

Es un matriarcado. Aquí son las mujeres quienes mantienen a sus familias, educan a sus hijos, lideran a la comunidad, gobiernan el hogar y se levantan en las noches a defender a los suyos en caso de escuchar algún ruido extraño. Ellas llevan, desde hace 20 años, los pantalones bien fajados dentro y fuera de casa. Además, todas son afrodescendientes.

Al golpear la puerta de madera de la primera casa de África Mía, donde vive casi un centenar de personas, una imagen decidora da la bienvenida: es una joven de 18 años que tiene en brazos una pequeña niña y detrás de ellas está la abuela. Las tres viven en una de las viviendas de este caserío donde en el 90% de las familias las mujeres son jefas de hogar.

A escala nacional, el 32,2% de los hogares afrodescendientes son liderados por mujeres, según el censo del INEC del 2010.

Ese año, en la ciudad había 104 584 personas de esta etnia, que representaba un 4,7% del total de la población quiteña.

Pocas veces se ve a madres solteras reunidas en un mismo barrio, más aún, construyendo con sus manos, bloque a bloque, sus propios hogares. En África Mía fue así. Marcia Borja, presidenta, recuerda que estas mujeres -algunas embarazadas y otras cargando a sus hijos en la espalda- se reventaron las manos con palas y a punta de mingas levantaron las casas donde hoy viven, y donde un hombre -dicen- no hace falta.

Cuando Marcia tenía 12 años, una familia la trajo a Quito para supuestamente ayudarla a salir adelante, pero los maltratos empezaron. Agresiones físicas, psicológicas y verbales la marcaron. Cuatro años después de soportar abusos se escapó.

Al poco tiempo empezó una época difícil, de discriminación y de pobreza: vivían tres familias en un cuarto. En Santa Anita, por ejemplo, donde Marcia vivía, las afrodescendientes compartían un baño entre unas 11 familias. No había trabajo, y si lo hallaban era mal pagado.

Sandra Lara, una de las dos únicas moradoras que tienen esposo, recuerda que siempre debían alejarse más de la ciudad, porque mientras más distancia había, el costo de la renta era menor, al igual que los servicios. Ahora la situación es distinta.

En África Mía las familias tienen casa propia, luz, teléfono, agua caliente... Todo gracias a su esfuerzo. Pero la situación en general del pueblo afroecuatoriano en el Distrito no es sencilla. Unas 14 250 personas se consideran pobres y otras 5 210 se ubican en la extrema pobreza.

Estas mujeres se conocieron gracias a una asociación católica que entregaba leche a gente necesitada, y a la organización austríaca OED,(que luego se llamó Horizon 3 000). Brigit Mosher, austríaca fue quien las motivó a salir adelante. De hecho, la entidad a la que ella pertenecía buscó el financiamiento para el terreno y el sueño de estas mujeres empezó.

14 afrodescendientes arrancaron. Abrieron cimientos, cortaron hierro, prepararon la tierra. Con la guía de un ingeniero y de un maestro aprendieron a fundir losas.

Trabajaron de 08:00 a 16:00, sábados y domingos (entre semana trabajaban en otro lado), por dos años.

El resultado: cada una recibió una casa de 70 m² con posibilidad de ampliación. Algunas casas tienen dos plantas.

Pero no bajaron los brazos. Marcia, por ejemplo, ha ingresado a talleres de liderazgo, de trabajo comunitario, se ha codeado con las autoridades y no se cansó de meter carpetas con propuestas en el Municipio. Lo recuerda mientras muestra las fotos de ella y sus compañeras cuando construyeron sus casas, asistiendo a cursos.

África Mía contrasta con el resto de barrios de la zona. Es como si una maqueta de coloridos legos hubiese sido colocada sobre un terreno poco agraciado, de calles de tierra y de casas improvisadas en el sector de Santa María de Cotocollao, en el noroccidente.

El barrio donde reinan las mujeres, y que el año pasado fue legalizado, tiene vías adoquinadas, completamente limpias, y junto a las viviendas hay jardines con rosas, margaritas, árboles de tomate de árbol y otras flores. “Eso pasa cuando somos las mujeres quienes mandamos”, dice Marcia medio en broma medio en serio.

En Quito hay 45 organizaciones de afrodescendientes distribuidas por barrios como La Roldós, Carapungo, La Bota, La Ferroviaria, Camino a la Libertad, Colinas del Norte, Carcelén Bajo, La Planada y El Comité del Pueblo.

De ellas, el 90% está encabezada por mujeres. Eso no es casualidad.

Para Alodia Borja, de la Confederación Nacional Afroecuatoriana, el emprendimiento y liderazgo en la mujer afrodescendiente son genéticos.

Ella sostiene que las mujeres que descienden de África son las lideresas de la familia, de la tribu, del pueblo y de la comunidad. Borja, quien ha trabajado 30 años en temas organizativos, asegura que una de las fortalezas de la mujer afro es que siempre termina lo que empieza y nunca tira la toalla, por lo que la perseverancia y la persistencia son sus banderas.

“El hombre es un punto de apoyo para la mujer. Siempre trabajamos en equipo. Los varones jamás rompen el liderazgo de la mujer, ellos son un punto de fortaleza”.

Las mujeres de este barrio, oriundas en su mayoría de la cuenca de río Mira, trabajan de empleadas domésticas.

Zulema Borja, de 49 años, cuenta que como de pequeña no tuvo oportunidades, no le quedó más que dedicarse a ese oficio. Pero quiere para su hija un futuro distinto, por eso este año, Karen Santracruz , de 18 años, entrará a estudiar en un tecnológico.

En Quito, 2 831 afroecuatorianos no tiene ningún tipo de instrucción académica.

Karen cuenta que quiso ser periodista, pero el puntaje de las pruebas que rindió no le alcanzó para entrar a la ‘U’. Cuando ella llegó a este barrio, estaba en el vientre de su madre. Su sueño es ser profesional y poder darle una buena edu­cación a Zuleyca Díaz, su hija de 1 año 5 meses. Está claro: en África Mía, las mujeres nunca fueron ni serán el sexo débil.

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