La muerte de los siete jóvenes en un motel de Santo Domingo de los Tsáchilas ‘reveló’ una moda de diversión de los universitarios. Las autoridades y los padres de familia se escandalizan y se preguntan qué hacían siete personas en una habitación de motel.
La respuesta fue inmediata: “eso es normal, todo mundo sabe de las after party”. Es la reacción de los jóvenes por las redes sociales, luego de la tragedia del sábado 21 de junio cuando encontraron los cuerpos sin vida, debido a la inhalación de monóxido de carbono, un gas letal que sale del tubo de escape de los vehículos.
Las ‘after party’ no son más que las farras de los universitarios extendidas a los moteles, huecas o casas clandestinas, luego de salir de la discoteca, bar o karaoke.
Generalmente, empiezan luego de las 02:00, el horario de cierre del establecimiento, dispuesto por las autoridades hace cuatro años. Aunque muchos jóvenes comienzan antes: 22:00 o 23:00. Las ‘after party’ se promocionan en los mismos centros de diversión.
Jenny, de 21 años, cuenta que en su caso se reúne temprano con una amiga conocida, que la recogen en el carro de un amigo común. Dice que beben y escuchan música en la calle y “nos parqueamos hasta que llegue la Policía al lugar”.
La última vez que lo hizo fue el viernes 20 de junio, día del partido de la selección de Ecuador con Honduras. Ese día (los policías) los ‘botaron’ del lugar temprano, a eso de las 23:00.
El grupo de mujeres y hombres se hace grande (7 u 8) y alguien propone ir a otro lugar que puede ser moteles o huecas. Con este último nombre lo conocen a los paraderos o garajes. “Uno busca lugares donde la Policía no llegue y por eso nos encerramos en lugares donde nadie nos moleste”.
La universitaria dice que ha ido a los moteles exclusivamente a beber. En ese lugar han dejado encendido el carro, como hicieron los siete jóvenes que fallecieron el fin de semana. “Me he quedado con el carro prendido hasta las 03:00 con el volumen bajo, pero del motel salgo a las 06:00 o 07:00”.
En la Policía y la Intendencia dicen no conocer esta práctica, difundida entre los jóvenes de las universidades tsáchilas.
El intendente de Policía, Ariel Cedeño, indica que sí han hecho operativos para frenar las ‘caídas’ o fiestas clandestinas de adolescentes. Entre el año pasado y lo que va de este han parado de 15 a 20 ‘caídas’.
Hubo más casos en el 2013, ya que en lo que va de este año han encontrado cinco ‘caídas’.
Esas fiestas se efectuaron en las tardes y encontraron grupos de entre 60 y 150 menores de edad, bailando y bebiendo.
De las ‘after party’, “no habíamos sabido nada”, indica el Intendente de Policía.
Pero “todo mundo” las conoce en la ciudad tsáchila. Es lo que cuenta Fernanda, otra joven de 20 años. Ella es de Quinindé y vive sola desde hace un año en Santo Domingo por sus estudios universitarios. “Cuando la Policía nos corre, la única solución que encontramos es ir a un motel para seguir”.
Fernanda y Jenny son amigas y han estado juntas en las ‘after party’ con cinco amigos más.
“Nunca imaginé que una persona se podía morir así”, cuenta sorprendida Jenny, porque la mayoría de los jóvenes tiene la práctica de beber y cuando los botan (de la disco o bar) buscan el motel, donde prenden el vehículo para escuchar música.
Fernanda cuenta que hacen eso porque “tomar sin música es feo y aburrido. En la habitación se pone música, pero no se escucha nada”.
Ellas van a unos tres moteles de la ciudad, porque uno de ellos tiene una ‘suite’ de dos pisos para hacer una minifarra.
Otra de sus amigas, Nancy, de 20 años, va en su propio auto. “Siempre que iba dejaba prendido el auto con música. Nunca lo apagué. Ahora que me enteré de los chicos me asusté”.
Jenny y Nancy dicen que se divierten de esta manera desde hace cuatro años, pero con más frecuencia hace uno. Fernanda participa desde el año pasado, cuando llegó a la ciudad tsáchila.
Los moteles más baratos cuestan USD 15, pero los más caros valen entre 20 y 25.
Las tres amigas cuentan que cuando han ido en grupo les cobran más: USD 40, para que dejen entrar hasta 10 en una habitación. El pago lo hacen los chicos, no ellas. El licor también es expendido en los moteles. “Cuando se nos acaba, que es siempre, lo compramos ahí. Tomamos cerveza, vodka, antioqueño”, menciona Jenny.
Nadie les pide cédula, no se controla si son menores de edad y tampoco se verifica cuántos llegan en el carro.
Por eso, el intendente Cedeño propone dos medidas de control preventivas: ubicar cámaras de video en los garajes, antes de entrar a la habitación para que el administrador sepa cuántos van y colocar sensores que alerten la presencia de monóxido de carbono y así evitar las muertes.
Además, los bares, karaokes y discotecas que sigan con la farra a puerta cerrada, luego de las 02:00, serán clausurados.
Esa práctica también se da frecuentemente, para evitar el control policial.
El alcalde de Santo Domingo, Víctor Manuel Quirola, plantea que el Comité de Operaciones de Emergencia establezca como política el control a los centros de diversión, a través de una actualización de los permisos de funcionamiento.
Esa disposición ya se ejecuta, sobre todo por la coyuntura de las fiestas de cantonización, que terminarán el 3 de julio.
Los moteles se hicieron conocidos de boca en boca por los universitarios. Jenny recuerda que cuando le propusieron ir a farrear se sorprendió, pero cuando le indicaron que iban en grupo dice que se animó.