Jóvenes pasan un momento de esparcimiento en uno de los bares de la calle Lizardo García, en Quito. Foto: Jenny Navarro / EL COMERCIO.
Solo basta poner un pie en cualquier calle de la zona de bares, restaurantes y discotecas en La Mariscal para que las invitaciones para pasar una noche divertida en alguno de ellos abunden. Los jóvenes ofrecen a la gente promociones de combos de cerveza o 2×1 en cocteles y tratan de convencerla para entrar al lugar para el que trabajan.
Las notas de salsa, rock, vallenato y otros ritmos se mezclan mientras avanza la caminata. Entre tanta oferta es difícil elegir a qué lugar entrar. La tónica en la calle Lizardo García son los grupos de jóvenes bebiendo cerveza en la calle. Algunos alistan su cédula para entrar a sitios como Ambrosía o Lenon, en la esquina con la calle Reina Victoria, o a sitios como el Blue Cat, unos pasos hacia el occidente. En esos lugares, una persona en la puerta pide a la gente la identificación para dejarla pasar. A lo largo de esa calle, desde la Juan León Mera hasta la 6 de Diciembre hay al menos 25 locales entre restaurantes, cafés, bares y karaokes, y cuatro hostales.
La botella de cerveza de distintas marcas en ese tipo de locales puede costar desde USD 1. Los precios son el gancho, porque al caminar unas cuadras hacia el centro los precios aumentan y puede subir de USD 3 en adelante. En Blue Cat, por ejemplo, la carta no es muy variada. Se ofrece, papas fritas de funda o canguil para acompañar la única bebida que se ofrece en el lugar. Su dueño, Azeem Khan, abrió el sitio hace alrededor de nueve meses. Dice que prefiere ofrecer cerveza porque se trata de una bebida de moderación y no cocteles costosos, con licor barato, como cree que ocurre en otros locales cercanos.
Carla y Rosángela eligieron ese bar para tomar cervezas con amigos. El miércoles 25 de marzo del 2015 se enteraron de que este y el resto de negocios de esa calle y de otras como la Foch, la Orellana o la Colón deberán cumplir con regulaciones que constan en un proyecto para mejorar las condiciones en la Zona Especial Turística La Mariscal, en Quito.
Las amigas discrepan en los criterios sobre la medida que, además, tiene previsto modificar el permiso de uso de suelo en la calle para que en adelante allí solamente puedan instalarse restaurantes y sitios de hospedaje y ya no más bares, discotecas o karaokes, por ejemplo, al ser recategorizada de Residencial 3 a Residencial 2. Según lo previsto, los dueños de los locales tienen hasta el 30 de abril y hasta fin de año, según su ubicación, para cumplir con las normas.
Entre los pedidos está tener rutas de evacuación, contar con un mesero por cuatro mesas, tener rampas de acceso o personal que hable inglés. Algunos propietarios de locales creen que eso no se puede cumplir totalmente, porque se trata de casas arrendadas, cuyos dueños no siempre estarán de acuerdo con que se hagan modificaciones o incluso que puedan ser construcciones patrimoniales en las cuales no se puede intervenir.
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Para Carla, es positivo que se resuelva un cambio en esa calle. Cree que exigir el cumplimiento de normas técnicas en los locales puede elevar la calidad del servicio y mejorar la imagen de la zona. Recuerda que hace 15 años, ir a este sector era más cómodo que ahora. A ella le molesta ser abordada por personas que la invitan reiteradamente a entrar a uno u otro negocio. Y cree que el exceso de bebidas alcohólicas y la saturación en la zona pueden ser factores que, según ella, han convertido a La Mariscal en zona roja.
Espera que con los cambios que deben hacer los dueños de los locales se aproveche la belleza arquitectónica de las casas y que así muchas de ellas dejen de ser lo que considera covachas sucias y deterioradas en donde se vende papas o bebidas, sin mucha calidad.
En cambio, Rosángela disfruta de poder elegir lugares en donde se pueda tomar una cerveza a un precio módico y contar con lugares en donde divertirse sin mucha complicación.
Matías, quien administra el restaurante La Carnicería, en la calle Wilson, cree que las regulaciones son necesarias, principalmente por las normas higiénicas y de control. Él es extranjero y afirma que se dio cuenta en una reunión con dueños de otros locales y autoridades que la gente reacciona mal frente al cambio. “No nos piden cosas tan extrañas”, considera, aunque acepta que demandarán una inversión de los dueños.
Al dueño del Lee Bar, quien prefiere no hacer público su nombre, le preocupa la regulación. Esta contempla que los negocios que llevan años, con todos los permisos, sigan operando. El responsable del local y su socio abrieron su bar hace un mes y medio y están tramitando sus permisos. Invirtieron alrededor de USD 8 000 y creen que no podrán adaptarse a un giro en su negocio, en la Lizardo García. Convertirlo en un restaurante no es una opción para ellos, porque no tienen presupuesto, experiencia ni infraestructura para hacerlo.