El otavaleño es el referente de San Francisco

Segundo Maldonado mira la zona de San Fransciso desde la terreza de su departamento. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO.

Segundo Maldonado mira la zona de San Fransciso desde la terreza de su departamento. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO.

Segundo Maldonado mira la zona de San Fransciso desde la terreza de su departamento. Foto: Xavier Caivinagua / EL COMERCIO.

Los otavaleños llegaron hace 45 años a Cuenca para vender sus textiles y se quedaron. Ellos ocuparon los portales de las casonas ubicadas frente a la plaza de San Francisco, en el Centro Histórico, y abrieron allí su mercado artesanal.

Los Yacelga, de La Torre y Santillán fueron las primeras familias de otavaleños que se radicaron en ese sector. Joaquín de La Torre tiene ahora 42 años y tenía 2 meses cuando sus padres Antonio y Mercedes Albarrán llegaron.

Cinco de los siete hermanos nacieron en la capital azuaya. Crecieron corriendo por la plaza adoquinada, que ahora está llena de casetas, donde funcionan pequeños negocios.

Hace más de 40 años, San Francisco era una especie de terminal interprovincial con casonas antiguas, calles adoquinadas y de aspecto sombrío, recuerda Julián Cando, presidente de la Asociación de Tejidos Otavaleños.

Ellos contaron en sus comunidades de Agato e Ilumán que Cuenca era un excelente mercado para la venta de sus textiles y con los años llegaron más parientes y amigos. En la actualidad la organización tiene 28 socios, que junto con sus familiares totalizan más de 100 personas en San Francisco.

La vida de esas familias cambió en relación con sus inicios en Cuenca. La mayoría es reservado y prefiere no hablar sobre las limitaciones sino de los aspectos positivos, como el movimiento comercial que atrajeron a esta zona. Hablan lento y buscando las palabras adecuadas.

Según Joaquín de La Torre, hace 40 años rentaban habitaciones para vivir y para que sean bodegas. “Dormíamos en esteras o sobre los bultos de ropa. En el río Tomebamba lavábamos la ropa”.

Esa vida de limitaciones quedó atrás. Ahora, los otavaleños viven en mejores condiciones, en departamentos amplios en la misma zona céntrica de San Francisco. Sus casas tienen dormitorios, cocina, comedor, lavandería, baños… En algunos casos tienen una vista panorámica de la ciudad.

La mercadería la guardan en bodegas de otros lugares. Los hermanos Joaquín y Rafael de La Torre se casaron con cuencanas. El primero tiene cinco hijos y vive en un departamento, a pocos metros de su puesto. Por el arriendo paga USD 200 al mes y otros 100 por una bodega ubicada a una cuadra. Allí guarda cada noche los cuatro enormes bultos de ropa que saca a diario para la venta.

Pese a esa mezcla cultural, en sus hogares predominan las costumbres de los otavaleños. Los hijos llevan el cabello largo sujeto con una trenza, hablan kichwa y usan la vestimenta otavaleña en días de fiestas especiales como Navidad.

En las paredes de la sala de Joaquín de La Torre sobresalen coloridos textiles, una máquina de coser para suéteres
o pantalones y una flauta.

Solo las indígenas otavaleñas mantienen el atuendo típico: blusa blanca con encajes y bordados en las mangas anchas, dos anacos (faldas negra y blanca) hasta los tobillos, una manta de algodón y bisutería.

Los hombres prefieren los pantalones jean, camisetas y chompas. Según Julián Cando, no usan la típica vestimenta blanca porque a diario deben cargar la mercadería desde las bodegas hasta los puestos y viceversa. “Eso nos expone a que nos ensuciemos y se generaría una mala imagen”.

Ellos captan la atención de cuencanos y de turistas. Son amables con cualquier cliente. “Vea señor, en qué le sirvo. Tengo ponchos, chalinas, chompas, colchas…”, repiten estos comerciantes cuando alguien camina cerca de sus puestos.

“Son nuestros principales clientes, dice Segundo Ajala, mientras le enseña ponchos en diferentes colores a un alemán.
Los padres se turnan para cumplir con las obligaciones del hogar. Segundo Maldonado, de 47 años, tiene su departamento en el último piso de una casona patrimonial ubicada a junto a su negocio.

Cerca del mediodía, su esposa Susana Maldonado
sube a preparar el almuerzo para sus tres hijos que estudian en una escuela de la zona. El pasado viernes hubo sopa de trigo.

Esa costumbre la practican todas las familias otavaleñas que viven San Francisco. Según Julián Cando, hicieron su vida alrededor de esta plaza porque allí están sus negocios y ahorran tiempo y dinero en la movilización.

Por el la atención que les demanda manejar sus negocios, estas personas casi no hacen vida en familia. “Nos turnamos (los padres) para comer o para ir a servirles la comida a los niños”, dice Maldonado.

Por ese ritmo de vida tampoco les queda tiempo suficiente para reunirse entre amigos, pese a que todos se conocen y se ayudan. Por eso aprovechan las fiestas de San Juan, en junio, y el Pase del Niño, en diciembre, para disfrutar con los demás.

En contexto

De acuerdo con una investigación del Instituto Nacional de Estadística y Censos, 101 indígenas que nacieron en Otavalo se radicaron en la capital azuaya. Ellos junto a los saraguros, indígenas de Chimborazo y afroecuatorianos son las principales etnias de la ciudad.

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