María Cruz Faicán teje la totora en la parroquia Paccha. Elabora adornos como recubrimientos de macetas. Foto: Xavier Caivinagua/EL COMERCIO.
En los patios y corredores de las casas de adobe, bloque o madera de la parroquia Paccha, ubicada al sureste de Cuenca, se seca la totora.
Esas fibras son la materia prima de más de 20 familias de campesinos que se dedican a tejer y elaborar artículos como canastos, esteras, abanicos y adornos para el hogar.
Este poblado de carreteras lastradas, a excepción de la principal que está asfaltada, mantiene la tradición de tejer la totora desde hace más un siglo. Es una de las principales actividades económicas junto con la agricultura.
En el Ecuador el uso de esta fibra se inició en la época prehispánica. Y, en la actualidad, las parroquias rurales de Llacao, Sinincay, Baños y Paccha son conocidas por esta actividad en el sur del país. En Chile, Bolivia y Perú hay poblados que mantienen la tradición.
María Cruz Faicán, de 60 años, vive en el sector de Auzhangata, en la parroquia Paccha. En el dormitorio principal de su vivienda de una planta tiene apilada la totora para tejer esteras, sopladores y sombreros, principalmente.
Esta cuencana se sienta todos los días sobre las tablas y empieza a tejer. Ella se vale de una piedra redonda pequeña, que cabe en su mano, y empieza a golpear las cuatro hebras para darles forma.
Faicán es la cuarta generación de su familia, que se dedica a este oficio. Ella lo practica desde hace 50 años. Para tener más ingresos también se dedica al cuidado de los animales. Otra parte de su tiempo emplea en los quehaceres domésticos.
En el sector de Auzhangata, la familia de María Sárate también se dedica a esta producción, que comercializa en el centro de Cuenca.
La planta baja de su vivienda de bloque, cuyos ventanales están cubiertos con plásticos, está destinada al almacenamiento de la totora y de productos elaborados con la fibra.
Sárate extiende una alfombra de cuero de borrego para sentarse y tejer. Para ella y su familia lo más difícil es conseguir las lagunas donde crece la totora. “Se están acabando, porque construyen o porque plantan árboles”.
Su familia suele buscar su materia prima en las lagunas de su parroquia o en las cochas existentes en El Valle, Llacao, Baños, entre otras zonas, en el cantón Cuenca.
Una vez encontrada la laguna con la totora cancelan al propietario un promedio de USD 140. Se sumergen en el agua para cortarla. Debe tener un color verde, una flor café y una altura de dos metros. La cosecha se realiza cada seis meses.
En la casa, los Sárate inician el secado hasta que la fibra adquiera una tonalidad amarilla. Los seis miembros de la familia elaboran una diversidad de adornos y productos como alpacas, mariposas, macetas, individuales, aventadores, porta-botellas y las esteras, que son las más demandas.
Estas últimas son utilizadas en las zonas rurales para colocarlas debajo de los colchones.
La cuencana María Zambrano, de 55 años, dice que agosto es uno de los meses de mayor demanda, porque los devotos de la Virgen de El Cisne compran las esteras para la peregrinación hacia Loja. Las utilizan para acostarse en los improvisados albergues.
Ella vive en el barrio La Dolorosa, en la parroquia Paccha. Está acostumbrada a sentarse en el cemento frío y a sus manos ásperas, debido a que todos los días usa una piedra para golpear la totora. Tres horas le toma confeccionar una estera para una cama de dos plazas. La vende en USD 9.
Todos los jueves, Zambrano entrega su mercadería a las comerciantes de la plaza Rotary, ubicada en el Centro Histórico de Cuenca. Al mes elabora 40 esteras, que le generan una ganancia de USD 150.
María Tocachi, de la comunidad de Delegsol, ubicada en la parroquia de San Bartolomé (Sígsig), compró la semana pasada tres esteras para llevar a la romería de ‘La Churona’. Ella compra todos los años, porque no tiene dónde acostarse. Solo lleva las cobijas y no los colchones que son pesados.
El arquitecto Juan Fernando Hidalgo trabaja diseñando muebles de totora desde el 2008. Según él, cada vez menos campesinos azuayos se dedican a este oficio, “porque lamentablemente no es rentable y no han recibido ningún apoyo”. Por ello, cree que es necesario diversificar los usos porque la totora es atractiva por la textura y es fácil de moldear. Él elaboró sofás, lámparas…, que se enviaron a Holanda, Francia, Italia, Grecia y Albania.