El gobernador Tsáchila, Javier Aguavil (cen.), usa la falda de la etnia (manpe tsanpa), pero también se pone pantalones. Foto: Juan Carlos Pérez/ EL COMERCIO.
Sentada sobre la tierra, María Aguavil pinta su rostro y torso desnudo con huito. Luego se pondrá su falda multicolor y los collares en su cuello, tal y como le enseñaron sus padres hace casi unas ocho décadas.
La imagen de esta octogenaria tsáchila, de la comuna El Poste, se diferencia mucho de las actuales integrantes de su etnia en Santo Domingo. Cerca del 80% de sus pobladores fusiona su vestimenta típica con prendas y accesorios de otras culturas, según la Gobernación de la nacionalidad Tsáchila.
Las mujeres combinan su tunán (falda) con zapatillas y blusas de colores fuertes. Los hombres conservan su corte de cabello rapado a los costados y pintado con achiote. Visten pantalones, camisas o camisetas, dejando de lado su manpe tsanpa (falda).
Los factores para la adopción de una vestimenta distinta son diversos. Entre ellos figura la discriminación por parte de la población mestiza, la presencia del morbo hacia la parcial desnudez de las mujeres de la comunidad y la pérdida de valores culturales por parte de algunos habitantes.
Para el gobernador de la nacionalidad Tsáchila, Javier Aguavil, estas variaciones en la indumentaria se dieron a raíz del contacto con personas de la ciudad, hace aproximadamente 50 años. “Cuando los antiguos salían a comprar comida para el pueblo, la gente les quedaba viendo de forma extraña”.
Después de algunos años, la presencia de los tsáchilas por la urbe santodomingueña no solo causaba miradas de sorpresa sino también burlas.
Los niños y adolescentes se vieron en la necesidad de estudiar en las unidades educativas de la ciudad y recibían continuamente bromas acerca de su costumbre de utilizar faldas tradicionales, lo que era relacionado con una prenda femenina. También eran llamados “cabeza pintada o colorada”.
El Gobernador sostiene que una de las formas que encontraron para sobrellevar esta situación fue cubrir su cuerpo con “ropa de mestizos, combinada con el achiote en la cabeza o, en el caso de las mujeres, la falda tradicional”.
El sociólogo Édgar Vásquez asegura que existe relación entre la adopción de la moda de Occidente y la pérdida de tradiciones por parte de los integrantes tsáchilas de menor edad. “Varios niños y jóvenes tsáchilas se sienten avergonzados de ir por las calles ataviados con sus prendas étnicas. Ellos tienen la apreciación de que esta vestimenta no les deja estar a la par con sus compañeros de otra raza”.
Mientras María Aguavil embarra sus manos con huito para marcar su rostro y cuerpo, su nieta delinea sus ojos con un lápiz cosmético, de origen chino.
El maquillaje de esta abuela perdura 15 días impregnado en su piel, a diferencia del de su familiar que tan solo permanece un par de horas. Muchos de los indígenas recurren a productos cosméticos occidentales debido a que “no desean cargar su cara marcada con símbolos tribales por tantos días”, sostiene Vásquez.
En la comuna Chigüilpe se evidencia una escena similar. La abuela de Celinda Calazacón, Ermelinda Calazacón, solo necesita de un collar de semillas para cubrir su torso desnudo, a diferencia de su nieta quien requiere de un sujetador y una blusa. “Las mujeres dejamos de salir con el pecho descubierto porque los hombres nos observaban muy feo”, recuerda Ermelinda.
El antropólogo Olivio Guevara señala que la visualización de la desnudez para el hombre, calificado como citadino, conlleva una carga de morbo debido a que ciertas partes del cuerpo son calificadas, dentro de sus costumbres, como zonas privadas y son vistas de forma erótica en muchos casos. “Esto afectó a la costumbre de la mujer tsáchila”.
Aguavil cree “que el hombre blanco causó la pérdida de tradiciones. Mucha gente tiene vergüenza de utilizar nuestra ropa, porque durante muchos tiempo recibimos malos tratos y críticas por nuestro aspecto”.
La octogenaria María Aguavil termina su ritual con el huito y se coloca su falda colorida y los collares elaborados con las semillas de su tierra.