En Imbabura los indígenas guardan el rito de compartir los alimentos con los difuntos

Los indígenas de Imbabura comparten los alimentos con los difuntos y adornan con flores los sepulcros del Cementerio Indígena. Foto: EL COMERCIO

Los indígenas de Imbabura comparten los alimentos con los difuntos y adornan con flores los sepulcros del Cementerio Indígena. Foto: EL COMERCIO

Los indígenas de Imbabura comparten los alimentos con los difuntos y adornan con flores los sepulcros del Cementerio Indígena. Foto: EL COMERCIO

El olor de la colada morada, de las papas con berro, del mote con chicharrón, entre otros alimentos andinos, se mezclaba con el de las flores, que adornaban los sepulcros del Cementerio Indígena de Otavalo, ubicado en Imbabura, en el norte de Ecuador.

Este camposanto fue el más visitado de la provincia, durante la última semana de octubre del 2014, previo a la celebración del Día de los Difuntos, que se recuerda en el país el 2 de noviembre. Ayer, día 30, cientos de familiares de los fallecidos continuaban llegando para colocar flores, pintar las cruces de las tumbas, rezar y compartir los alimentos con las ‘samys’ (almas, en quichua).

“Esta costumbre viene de padres a hijos. Es una tradición milenaria”. Así explicaba Julio Suárez, vecino de la comunidad de Guanancí, Otavalo, que arribó acompañado de su esposa, Francisca Cachiguango, para visitar la tumba de su padre. Él estaba seguro que el espíritu de su progenitor permanecía junto a ellos.

“Como a mi papá le gustaba el tostado (maíz) con ‘porotos’ (fréjol) le trajimos eso”, comentaba, mientras tomaba un plato con esos alimentos que le entregó su esposa. A un costado del sepulcro colocaron un mantel. Sobre este había una olla con los granos guisados y una canasta con varias naranjas y panecillos.

Según Luzmila Zambrano, coordinadora del Museo Otavalango, que rescata las costumbres y tradiciones de los kichwas de Imbabura, la muerte no es el fin. Solamente es el paso del alma del mundo material al espiritual. Esa es la cosmovisión de los indígenas del pueblo Otavalo, explica. Es por ello que despiden a sus familiares con música y juegos.

Quizá por ese vínculo entre vivos y muertos, que mantiene los kichwas de Otavalo, la mayoría de deudos que provienen de las 85 comunidades nativas, llegan cada lunes y jueves a visitar el panteón llamado Samasunchic (Descanse en Paz). En las 2 hectáreas descansan aproximadamente 3 000 personas, según los responsables del lugar.

Los días previos al 2 de Noviembre, el Cementerio Indígena estuvo más concurrido. Los visitantes mayores cantaban y rezaban, mientras los jóvenes repartían alimentos y los niños correteaban entre las cruces blancas.

Gonzalo Morales, que llegó desde la comunidad de Agato, para visitar el sepulcro de sus padres, explicó que el ‘kukabi’ (comida) se reparte entre los familiares y amigos más cercanos, que se reúnen en torno a las tumbas.

Una de las prácticas comunes es el diálogo que mantiene los visitantes con los seres que se les adelantaron. Zambrano, por ejemplo, explica que cuando una persona cercana muere, ella coloca dentro del ataúd un mechón de sus cabellos. Luego, casi susurrando, le solicita al muerto que les entregue la ofrenda a sus padres fallecidos y que les avise que ella está bien, que no se preocupen.

Escenas parecidas se viven en los panteones de Cotacachi, Ibarra, Atuntaqui, Pimampiro y Urcuquí, que tiene presencia de población indígena. En los exteriores además hay un enjambre de vendedores de tarjetas, flores y comida.

Con los años, las costumbres han variado. Ahora ya no se reparte chicha ni pan sin levadura. Muchos deudos prefieren llevar botellas con gaseosas y paquetes de galletas. “Pero lo importante es que ese lazo entre las nuevas generaciones y las anteriores se mantenga”, comenta Alberto Castañeda, de Camuendo, que ayer visitaba la tumba de su hijo Inty, que falleció hace dos años, cuando tenía 24 meses de nacido. Le llevó colada morada y pan, que era lo que más le gustaba.

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