El desfile realizado en el centro del cantón azuayo de Sígsig duró más de tres horas. Participaron más de 1 200 disfrazados. Fotos: Xavier Caivinagua/EL COMERCIO
Cada 20 de enero, los indígenas y campesinos del cantón azuayo de Sígsig alaban a su patrono San Sebastián de una forma singular. Ellos bailan en la plaza central luciendo ropa vieja y máscaras grotescas.
En el nombre de San Sebastián se organiza el desfile de los jampos (comparsas de enmascarados) y la escaramuza, que es una suerte de coreografía que se realiza a caballo.
Desde las 19:00 del martes pasado, la plaza central se llenó de niños, jóvenes y adultos disfrazados. Llegaron de comunidades como Dacte, Cutchil, Pueblo Viejo, Cayancay…
La mayoría de mujeres vestía la pollera de la chola y blusas y los hombres camisetas o suéteres viejos. Su cabeza estaba cubierta con pelucas y máscaras de diablos, duendes, momias, gorilas, osos y simulando ser personajes como curanderos.
Jampos como Juan Dumas, de 25 años, llevaban en sus manos un cráneo de becerro. Otros, en cambio, cargaban animales disecados o peluches para asustar o hacerles besar a los espectadores distraídos. María Yánez cargaba hierbas para –en sentido de mofa- curar del espanto a la gente.
Los sigseños calculan que esta celebración empezó hace más de 60 años. Según Manuel Morocho, del grupo pastoral, la fiesta de los jampos surgió entre los indígenas. “Antes, ellos despejaban el camino por donde pasaba la procesión con la imagen de San Sebastián y la escaramuza. Para no ser identificados se cubrían el rostro con máscaras elaboradas con alambres, cabuya, caucho…”.
Morocho agrega que mientras avanzaban repetían la palabra “abran campo, campo, campo…”. Pero la máscara les impedía pronunciar correctamente las palabras y se les escuchaba como “jampo, jampo, jampo”. Por ello, en la actualidad, bailan y saltan al ritmo de diferentes géneros musicales y pronunciando esa palabra.
Con el paso del tiempo la labor de los jampos cambió en la fiesta. Dejaron de guardianes para convertirse en los personajes que divierten y entretienen a los espectadores que se congregan todas las noches del 20 de enero, en la plaza central, tras la misa de San Sebastián.
Los indígenas y campesinos azuayos representan a personajes como diablos, osos, duendes, curanderos, entre otros.
Carlos Sagbay tiene 24 años y desde hace cinco se disfraza de jampo con otros vecinos del poblado de Dacte. El martes pasado en su grupo había diablos, viejos y leones. Sagbay llevaba una máscara de diablo y un ratón de caucho en su mano para asustar.
“Es folclor y devoción a San Chavita por sus bendiciones”, decía emocionado a su compañero José Auquilla, mientras subían por la empinada calle García Moreno, que lleva a la cancha del barrio Rosas.
Allí fue la concentración de más de 1 000 jampos que bailaban con la banda de pueblo de Los Hermanos Placencia.
A las 20:30, fue incontrolable la partida de los disfrazados con dirección hacia la plaza central y la iglesia (seis cuadras), donde apenas terminaba la misa por San Sebastián.
Ese desfile estuvo encabezado por la misma banda de pueblo y los priostes. Una media cuadra antes, los jampos entraron en una gran estampida y se tomaron la calle de acceso a la iglesia. A lo largo de una cuadra, no quedó espacio para más disfrazados que zapateaban al ritmo de música nacional con temas como Vaca loca y Curiquingue. Pero también hubo rock, reggaetón y pop.
En el escenario los animadores coreaban “baila jampo baila, cara desconocida, salta jampo, salta”. Los presentes aplaudían emocionados y sorprendidos y tratando de identificar a algún familiar.
Para bailar y saltar, los jampos forman inmensas filas y así recorren la improvisada pista de un extremo a otro. A partir de la décima canción, los jampos que se sienten cansados empiezan a abandonar ese espacio.
Los últimos en salir lo hacen cerca de la medianoche. Con ellos y la detonación de pirotecnia se termina este particular desfile cultural y tradicional. Al día siguiente unos pocos disfrazados participaron en la escaramuza que se realizó en el sitio Pueblo Nuevo.
Este año, en las escaramuzas participaron más de 150 jinetes, quienes se prepararon desde finales del año pasado para realizar las corridas y los giros. También hay coplas en honor a San Sebastián, dice Braulio Duchitanga, organizador de este acto cultural.
En contexto
La fiesta de San Sebastián es una de las expresiones culturales más importantes del cantón azuayo de Sígsig. El desfile de los jampos y la escaramuza reúnen a cientos de indígenas y campesinos, quienes se disfrazan para agradecer por los favores recibidos.