Es una huella emblemática del papa Juan Pablo II en Quito. En el parque La Carolina se levanta la estructura de hormigón que representa el símbolo de los católicos: una cruz. Mide 24 metros de altura y se divisa desde cualquier punto de esta área recreativa, en el norte.
La iniciativa de edificarla, hace casi tres décadas, tomó forma cuando el Vaticano confirmó la visita del Pontífice a la capital. Desde 1984, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana afinó los detalles. El arribo de Juan Pablo II estaba previsto para el 29 de enero de 1985.
Monseñor René Coba, obispo auxiliar de Quito, recuerda que para celebrar la misa campal se eligió el parque La Carolina. En esa época el terreno era plano. No había canchas ni senderos. Pero hacía falta un signo para dar solemnidad al evento religioso. Se pensó en una cruz sin Cristo, porque representa la salvación. “No se incluyó la imagen de Jesús, porque resucitó y está vivo”.
Para ejecutar esta obra, el Municipio cedió el espacio, que estaba al final del parqueadero, cerca de la avenida Amazonas. Los trabajos para levantar este símbolo estuvieron cargo de los arquitectos Santiago Cornejo y Arturo Guerrero. Ellos también construyeron un templete (una especie de coliseo). La ejecución del proyecto duró seis meses. Participaron 100 personas, con jornadas intensas de trabajo incluidas.
A pesar de aquello, Cornejo, de 61 años, rememora que el desarrolló de la obra le generó emoción. Era un reto profesional. Se trataba de un proyecto relevante, que se debía cumplir en poco tiempo, con un estricto cuidado de los recursos económicos. Además, demandó rigurosidad: el personaje a quien se iba a rendir homenaje con este ícono era la máxima autoridad de la Iglesia Católica.
La construcción de la cruz se concretó por partes. Primero se tendió la base de hormigón armado. Luego se levantó, de a poco, la parte vertical y al final la horizontal. Inicialmente, esta escultura tenía una pila.
A la par en el espacio verde, cercano a la denominada Cruz del Papa, se hicieron divisiones para que Juan Pablo II saludara a los asistentes. Junto a la cruz se construyó el templete. Este medía aproximadamente 200 metros cuadrados y contaba con una cubierta. Allí se ubicaron a las autoridades del Gobierno Nacional, del Municipio y la cúpula de la Iglesia.
El altar mayor también se montó en este espacio. Toda la estructura del templete fue cubierta con un tapizón (material similar a una alfombra) anarajando. Se adornó con flores y con lemas recurrentes de Juan Pablo II: “Te amo”. “Todos con Pedro”, etc. Los trabajos terminaron a tiempo. Pero el día previó a la misa campal, martes 29 de enero, una lluvia les dio una tarea extra, dice Cornejo.
Pese a que esta estructura contaba con un techo, el espacio se inundó. Una vez que terminó el aguacero, los trabajadores usaron planchas de esponjas para absorber el agua. Solo se hizo una pausa cuando el avión en el que llegaba el Papa surcó el cielo de Quito. Cornejo recordó que aviones de la Fuerza Aérea Ecuatoriana escoltaron la nave que traía a Juan Pablo II. “En ese momento el cielo se despejó”.
La misa se realizó al día siguiente. Luis Aníbal Tobar, quien trabaja en el parqueadero de la Cruz del Papa desde hace 44 años, comenta que ese día la multitud copó todo el parque. La gente quería escuchar el mensaje del Pontífice.
Según Monseñor Coba, ese día acudieron un millón de personas. El mensaje del Papa también dejó huellas. En la memoria de este religioso se mantiene viva la frase que dijo Juan Pablo II al despedirse: “Que nadie en el Ecuador se sienta tranquilo, mientras haya un niño con hambre y sin escuela”.