Patricio Vallejo Aristizábala es director del grupo de teatro contraelviento y profesor universitario. Foto: EL COMERCIO
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Patricio Vallejo aristizábal es director del grupo de teatro contraelviento y profesor universitario.
De todas las discusiones sobre la salida del aire de un programa cómico, hay un tema que no se toca: el humor…
Hay cuatro niveles del humor. El primero es la parodia, que es la imitación exagerada de la realidad. Luego viene la sátira, que es la imitación de la realidad pero con una intención de transformarla. Después está la ironía, que no imita la realidad, sino que inventa otra realidad. Y el nivel más alto del humor, es el sarcasmo, en el que la realidad viene totalmente transformada, cuando el receptor del momento humorístico tiene que hacer referencia a otra realidad.
¿Qué tipo de humor usaba ‘La pareja feliz’?
En general es una parodia y una sátira. Imita a los personajes de la vida cotidiana y los lleva a la exageración, a la caricatura, la deformación.
¿Es una tendencia ese tipo de humor en el país?
Pero hay una tendencia contemporánea a tratar de elaborar el humor. La tradición teatral, que viene desde los sainetes, las estampas quiteñas y el teatro de la calle, son satíricas. Cuando el teatro quiere elevar los niveles de comedia, recurre a la ironía o al sarcasmo. El problema es que se vuelve complicado no solo para el autor sino también para el espectador, que a veces busca los dos niveles básicos del humor porque son los que están en su vida cotidiana.
¿Cuál fue el humor que llegó a la televisión?
Si se mira los efectos estéticos, hay un estancamiento en la televisión, una repetición de fórmulas, que ya tienen una conexión con el espectador, que las conoce y las acepta.
¿Por qué nos hemos acostumbrado a esa fórmula de estereotipos?
En la televisión hay cierto temor al rating, pero existe el espectador que acepta un humor por fuera de los estereotipos. En el teatro, Christoph Baumann y ‘Mosquito’ Mosquera hacen cosas monumentales, pero cuando van a la televisión están obligados a ser el gringo y el policía. La TV podría llegar a esos niveles de comedia y tener audiencias.
Y ahora se suman otros miedos: un programa sale del aire por temor a las presiones políticas y morales que conllevan sanciones…
Pero no se reflexiona sobre el humor. Hay una demanda sobre discriminación y eso se debe leer con pinzas. Al satirizar o parodiar, de pronto se descubre que se está agrediendo a otra persona. Entonces ya no está bien que alguien se ría de defectos. Los castigos y las censuras son reprochables. Debe haber otras fórmulas para que la televisión encuentre un territorio en donde la dignidad y la moral no sean agredidas.
Llegaría el momento en que todos nos podríamos sentir agredidos…
Ese es un límite. Somos satirizados todo el tiempo. Imaginemos otro escenario: para ofender a alguien se le dice ‘payaso’. ¿Un clown podría poner una demanda porque se está ofendiendo a su medio de vida?
Pero se habla de discriminación…
Si hay un humor sobre personas con su propia orientación sexual y siente que se lo discrimina, ya no depende solamente del momento humorístico sino de la sociedad que no la reconoce y que no la acepta. Pero ahí ya no tendría que cuestionar a un programa de televisión sino a la sociedad misma.
¿Hasta qué punto el Estado es la autoridad moral?
Si el tema fuera estético, diría que lo mejor que podría pasar es que siga al aire ‘La pareja feliz’ porque podría aparecer otro programa que tenga un el humor que lleve o movilice a espectadores hacia un más allá. Pero también es delicado porque creo que debemos tener la suficiente madurez como sociedad para resolver ese problema sin mediación y peor aún regulación del Estado. Estamos volviendo al tiempo en que la Iglesia intervenía y decidía si una obra era moralmente aceptado. La Iglesia prohibió la representación de comedias a tal punto que se castigaba con la excomunión.
¿Qué ocurre con el humor cuando se le impone límites desde el Estado?
Llevamos 20 años con la idea de la masificación, que busca establecer un canon estético, poético y hasta alimenticio. Hay gobiernos que la asumen con más fuerza que otro. La masificación de la cultura se ve en altas inversiones en el deporte, pero en el deporte espectáculo. Desde hace poco, esta estrategia de masificación involucra a las artes.
¿Y cómo se expresa?
En las temáticas. Decidimos conmemorar el magnicidio de Eloy Alfaro o el feriado bancario y hay recursos para que se hagan películas, videos, obras de teatro. El Estado saca el dinero porque quiere generar una lectura sobre ese hecho. Hay una tendencia a entender la cultura desde una perspectiva antropológica o sociológica. Los artistas, para obtener los fondos concursables, debieron hacer proyectos en donde el sesgo sociológico era predominante: a cuántas personas vas a llegar, a cuántas vas a transformar, cuál es el grupo social al que se quería llegar: los jóvenes en riesgo, para mujeres, para desplazados en la frontera. El problema es que los artistas se volvieron más sociólogos que artistas.
Quién es
Es director del grupo de teatro Contraelviento, desde hace más de 30 años. Profesor de varias universidades de Quito. Tiene una maestría en Estudios de la Cutura.
Su punto de vista
La sociedad debe tener la madurez suficiente para cuestionar los recursos discriminatorios en los que podría incurrir la parodia, pero no hace falta la sanción del Estado. En el país sí hay audiencias para un humor más elaborado más allá de los estereotipos.