La cantera de Tanlagua está cerrada desde el jueves. Segundo Chipantasi, trabajador del lugar, cuenta que se despachan al día unas 40 volquetas. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO.
Generan polvo, enfermedades, riesgo, pero también empleo. Las 45 canteras que operan en San Antonio de Pichincha tienen una especie de desdoblamiento entre el bien y el mal: dan de comer a unos y causan desdicha a otros.
En la calle de las canteras, la principal vía de Rumicucho, se respira -además de polvo- una tranquilidad inusual: ya no pasan volquetas cada dos minutos como ocurría hasta el mediodía del jueves pasado. El cierre temporal de la actividad minera, debido a la declaratoria de emergencia por los sismos, hizo que la calle quede desolada. Ya no hay ruido, pero tampoco clientes.
Ramiro Almachi se cansa de esperar sentado en la puerta de la mediagua donde tiene una vulcanizadora y prefiere recostarse en su cama, detrás de la cortina que separa su negocio de su vivienda.
Desde hace cinco años se dedica a dar mantenimiento a las llantas de las volquetas. En un día normal, recibe unos 20 vehículos y se lleva USD 45 al bolsillo. Pero el cierre temporal cambió las reglas del juego. Son las 15:00 y hasta esa hora solo ha ingresado un camión pesado.
En San Antonio, operan 1 040 volquetas, según Álex Troya, presidente de la Junta Parroquial. Cada una realiza al menos tres viajes diarios y tiene una capacidad de 9 m3 o más. Se entendería que las montañas de esta zona aportan con al menos
28 080 m3 de material pétreo para el Distrito, cada día. Con él se ha construido cerca del 60% de las edificaciones, según Hernán Orbea, urbanista.
Ramiro mantiene con este negocio a su esposa y a sus tres hijos (de 13, 10 y 8 años). Antes de las 04:00, ya está de pie; y su labor termina 13 horas después. “Si cierran para siempre las minas, ¿de dónde alimento a mi familia?”, se pregunta.
De las cerca de 40 000 personas que habitan en esta parroquia, unas 7 000 se dedican a actividades relacionadas con las minas. La tierra en esta zona es generosa con los mineros. En casi cualquier lugar, es posible obtener arena, ripio, piedra bola, lastre, basílica y cascajo.
Darwin Vera es dueño de una bloquera en Rumicucho. El material principal que utiliza en su trabajo es el cascajo. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.
Desde la vía principal, se divisan 11 lotes donde los bloques están colocados como piezas de dominó. Las bloqueras tienen la cara larga desde el cierre. Sin cascajo, no hay bloques.
En el negocio de Darwin Vera el material está por terminarse.
Con una volqueta de material, agua y cemento se puede elaborar 1 200 unidades. Cada una cuesta USD 0,23 y cada día, para avanzar a pagar a sus tres trabajadores y los USD 600 entre agua luz y renta, debe vender más de 500 bloques.
A un extremo del terreno tiene una pequeña casa. Debe al banco USD 13 000, y no sabe hacer otra cosa más que bloques para mantener a sus cuatro hijos. “No soy solo yo. Mi vecina, doña María, vendía 100 almuerzos al día. Hoy no ha vendido ni uno”.
En la calle principal hay nueve locales de venta de comida. Uno de ellos es el de Martha Mecías, ella vende desayunos. Hoy despachó tres órdenes. Sentada con desgano en una silla de su local vacío, que se endeudó para abrir el negocio. Para ella el cierre de las minas tiene una sola consecuencia: la pérdida de su trabajo.
Un cliente entra a su negocio. Lo primero que Fabián Pillajo, mecánico, hace al saber que en ese sector hay un medio de comunicación es protestar. Él tiene un taller hace seis años y cuenta que recibía unos 20 vehículos al día. Hoy no ha atendido ni a uno.
No está en contra de la regulación. Es más, pide que haya control y que se vuelvan a abrir las minas que cumplan con la normativa. Caso contrario, dice, deberá abandonar la zona y buscar otro lugar para ejercer su profesión. En total hay al menos 15 mecánicas en esta zona.
Las enfermedades respiratorias, las afectaciones a los ojos y a la piel que genera el polvo de las minas, pasan a segundo plano para quienes viven del movimiento de las minas.
Esta actividad, que ha convertido a la parroquia en la más contaminada por partícula sedimentable del Distrito, genera empleo directo -es decir trabajan en la extracción del material 148 familias , según el censo del 2010 del INEC.
En Tanlagua, un valle rodeado por 17 canteras donde una nube de polvo envuelve los sembríos secos, las minas están vacías debido al cierre.
La principal cantera del sector, que tiene permisos de funcionamiento, es la de Carmen Gualoto. No podrá operar hasta que se levante el estado de emergencia. No le teme al control por parte de las autoridades. Dice que ya es hora de normar la actividad y de cerrar a los ilegales. Pero le preocupa que la medida se alargue y que las deudas no puedan pagarse.
La volqueta que conduce Diego Vozmediano está vacía. Pagó USD 110 000 por ella, luego de dar USD 45 000 de entrada, debe cancelar al banco USD 1 600 cada mes por tres años, por lo que el trabajo de cada día, es importante. Hoy perdió unos USD 200. Su única alternativa para poner a trabajar a su vehículo es alquilarlo para desbanques. Por esa actividad cobra unos USD 25. El problema es que los contratos de ese tipo escasean.
A la entrada de las rutas que conducen a las canteras, hay policías y agentes metropolitanos de tránsito que verifican que no se movilice material. Eduardo del Pozo, presidente de la comisión de ambiente del Concejo Metropolitano, señaló que hay 102 canteras en las 33 parroquias rurales del Distrito Metropolitano. Y que en los proximos días se iniciarán los controles para verificar el funcionamiento de estos negocios.
Uno de los principales problemas de las minas de San Antonio es su ilegalidad. Troya advierte que solo unas ocho canteras tienen permisos para trabajar. No obstante, asegura que la medida adecuada no es cerrar las minas de la noche a la mañana, sino realizar un trabajo social para que la suspensión de esta actividad no afecte a la comunidad.
Una de las alternativas para cambiar la actividad económica de la parroquia es el turismo. Al año, la Mitad del Mundo recibe cerca de 600 000 visitantes, de los cuales menos del 1% recorre el pueblo de San Antonio. Troya asegura que sí se lleva a cabo un plan para explotar la belleza de la parroquia.