Los esposos María Toaquiza y Juan Francisco Cuyo, con Marcelino Toaquiza, emigraron de Zumbahua. Foto: Patricio Téran/ EL COMERCIO.
Están alejados de sus páramos y montañas, del viento que ondula los pajonales, de sus cascadas y lagos, de las abrigadas chozas de paja. Sin embargo, de a poco se han acostumbrado a vivir en casonas frías, de varios cuartos, de patios de piedra y zaguanes. Son los indígenas de la Sierra Centro, viejos y nuevos inquilinos de las casas de las calles Bolívar, Rocafuerte, Chimborazo e Imbabura.
Habitan el entorno de San Roque y su bullicio de buses y autos que trepan las empinadas calles; de toda clase de negocios -desde ‘limpias’ con atados de ruda-, salones de comida, boticas y un nuevo negocio: alrededor de ocho cooperativas para los indígenas, cuyos préstamos van desde USD 500 a 10 000 con un interés del 14% anual. Esto dijo Pedro Masalema, de Chimborazo, y empleado de Cordillera de los Andes, Cooperativa de Ahorro y Crédito. En el pequeño local, de las calles Imbabura y Rocafuerte, una foto de tamaño natural de una niña campesina, sonriente y vital, atraía a los clientes: vendedores de ajo, tomate riñón, mandarinas y otras frutas.
¿Cuántos indígenas habitan en este sector? “Yo los contaría por decenas, no conocemos el número exacto, pero sé que desde hace 20 años comenzó la ola migratoria y en los últimos cinco años es más fuerte”.
Es el testimonio de Rosa Mercedes Bonilla, dueña de El Buen Café, en la Rocafuerte e Imbabura, que despacha cafés de esencia y nata fresca, desde hace 70 años, cuando lo abrieron Miguel Ángel Bonilla, ibarreño, y Mercedes Yánez, quiteña. Es un atractivo local, adornado con una Virgen de Legarda y figuras de cucuruchos. El café impregna el espacio. “Aquí conservamos la identidad del buen café quiteño, de esencia; usamos café arábiga de Loja, y leche de Lloa para la mantequilla, elaborada en este local”, explicó Rosa Mercedes Bonilla, la sexta hija de Ángel y Mercedes, los fundadores.
Según Bonilla, hace dos décadas, los indígenas venían solos.
“Luego, con el apoyo de iglesias evangélicas, comenzaron a llegar con las familias para vivir en cuartos de las casas antiguas, algunas familias hicieron un fondo común y adquirieron viviendas”. En la otra vereda, al frente del café, el comedor El Forastero estaba a reventar.
Mercedes Paucar, la dueña, lo abrió hace 15 años. “Nuestros principales clientes son los indígenas; los almuerzos cuestan USD 1; y con pescado ‘carita’, que compro en el mercado San Roque, USD 1,50”. Ayer, 20 de agosto, preparó sancocho y arroz, papas y estofado de carne. Atiende un promedio de 150 clientes cada día. Dos cocinas industriales y un refrigerador son sus herramientas. Dos empleadas la ayudan. Un rótulo original: Aforo 30 personas en 30 m2.
En una mesa, muy animados , conversaban los esposos María Toaquiza y Juan Francisco Cuyo. Les acompañaba el padre de ella, Marcelino Toaquiza, de 74 años. Ellos son de Zumbahua, occidente de Cotopaxi. Vinieron hace 10 años. “Yo estoy de visita, ya vuelvo a mi tierra”, contó el padre.
Toaquiza se gana la vida en un puesto del mercado de San Roque. Vende alverjas y legumbres; el esposo hace de todo en San Roque, como vigilar el lugar. “Solo tenemos cuatro hijos, la mayor, de 18 años, va a la universidad”. Los dos confirmaron que hablan quichua en casa, para que los hijos no olviden la lengua original. Se sienten muy bien en ese barrio y cada 15 días retornan a su tierra.
Cerca de la iglesia, María Yépez, de Riobamba, vendía ajo y tomate riñón. María Rosa Pilamunga, vecina de María, ofrecía cebolla blanca y pimiento.
“Quito nos gusta mucho, venimos a educar a los dos hijos, aquí hay mejores escuelas”. Eso dijo María Rosa. Coincidieron que la gente del barrio respeta sus costumbres. “Vivimos tranquilos, nos llevamos bien”.
José Tapia, habitante del barrio, afirmó que los indígenas son trabajadores. “Veo que no han perdido sus costumbres y usan su ropa, como el anaco”.