El ‘taita’ salasaka es el guardián de su lengua

Asencia Masaquiza (con sombrero negro) es conocedora de las leyendas. En la foto, con cinco mujeres de la comunidad. Foto: Glenda Giacometti / El Comercio.

Asencia Masaquiza (con sombrero negro) es conocedora de las leyendas. En la foto, con cinco mujeres de la comunidad. Foto: Glenda Giacometti / El Comercio.

Asencia Masaquiza (con sombrero negro) es conocedora de las leyendas. En la foto, con cinco mujeres de la comunidad. Foto: Glenda Giacometti / El Comercio.

Asencia Masaquiza, Lorenzo Chiliquinga y Rufino Masaquiza tienen algo en común: los tres son considerados ‘taitas’ o sabios de la comunidad Salasaka, en Pelileo, (Tungurahua). A ellos se les considera los guardianes de la lengua, la vestimenta y la cultura de este pueblo mitimae, que llegó en 1 400 procedente de Bolivia.

Por medio de charlas difunden sus saberes, narran las leyendas y transmiten los conocimientos a los niños y jóvenes de esta comunidad, asentada a 15 kilómetros al oriente de Ambato, en la vía a Baños.

Cada semana, desde las 17:00, los ‘taitas’ se reúnen con un grupo de chicos a quienes cuentan historias y leyendas de esta parroquia, que está habitada por 12 000 personas.
Asencia no habla castellano. Martha Chango, dirigente del pueblo, ayuda en la traducción de lo que dice en un kichwa fluido. “No podemos perder la identidad que nuestros padres y antiguos nos transmitieron de generación en generación. Hay que conservar la herencia especialmente entre los jóvenes que migran. Tratamos de mantener el idioma y la vestimenta”, comenta.

La matrona, de 85 años, siempre viste el atuendo autóctono de la comuna compuesto por un anaco negro tejido con lana de borrego. Su traje se complementa con un rebozo lila, faja, bayeta, sombrero blanco grande de ala corta y collares (huashcas) de corales con colores rojo, naranja, lila, amarillo y verde. Se lamenta, porque tres de sus ocho hijos fallecieron; actualmente, tiene 10 nietos y ya perdió la cuenta de sus bisnietos. Pero todos hablan el kichwa.

Asencia enseña a las warmis (mujeres) a hilar en el guango. Su nieta, Betty Pilla, de 20 años, aprendió esta técnica. Con los dedos de la mano izquierda desprende la fibra apilada en un madero de 30 cm de largo y la convierte en un hilo delgado. La materia prima la envuelve con su mano derecha en un sigse puntiagudo que gira.

Betty cuenta que su abuela le enseñó también a tejer su propia ropa. “El consejo de los taitas y mamas es el guía de los jóvenes antes de decidir algo, aunque ya no son considerados últimamente”.

Es lunes y la casa donde habita Asencia está construida con paredes de barro, carrizo, madera y el piso es de tierra. Tiene una sola planta. El techo es de paja y puertas de madera.
A su lado está Lorenzo Chiliquinga, otro de los ancianos del pueblo. Comenta que la arquitectura Salasaka sí está en decadencia. Pocas casas tradicionales se mantienen en pie, pues lo demás es moderno.

El hombre, de 82 años, se lamenta, porque pese al esfuerzo que ellos efectúan con los niños y jóvenes, todo está cambiado. Lo que sí lograron es que más del 95% de la población mantenga el kichwa como idioma, así como la vestimenta, entre los niños y las mujeres.

Ese día, un grupo de jóvenes se reunió en la vivienda de Asencia, localizada a un costado de la vía Ambato-Pelileo. Allí contaron leyendas en kichwa. Una de las historias que Lorenzo narró y la que más se difunde en el pueblo es la del Uñagullu (Alma en pena).

Él cuenta que el pueblo no tenía un cementerio y que los niños que morían eran enterrados en distintos sitios de la comunidad. En las noches se escuchaba que los niños lloraban cerca a las quebradas o del bosque. “El espíritu aparecía envuelto en un anaco negro; si este veía primero a la persona esta moría del espanto, pero si era todo lo contrario recibía de aquella un castigo con la faja. Esta leyenda tiene más de 200 años y aún se la escucha”.

Todas estas leyendas se recopilan en la investigación que efectuó Luis Chiliquinga, en el pueblo salasaka. Durante cinco años, recopiló los conocimientos de los taitas y mamas. “Fue un trabajo con el que logramos recoger la vida, las costumbres, las tradiciones de Salasaka.

Para rescatar a los taitas y mamas, la Junta Parroquial trabaja en un proyecto de inserción a los adultos mayores a la comunidad, desde junio del año pasado. Más de 50 habitantes participan. Violeta Masaquiza, integrante de la junta, explica que en el pueblo hay más de 20 taitas y mamas. Ellos son los sabios a quienes en ocasiones les consultamos cuando hay conflictos. Además, aquellos nos aconsejan para mantener el idioma, la vestimenta. Y en otros temas como los límites.

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