Los habitantes del sector, bastante comercial, esperan que se mejore la vigilancia. Foto: Archivo / EL COMERCIO
Son aproximadamente las 10:00 y el intenso sol de verano golpea con fuerza el pequeño negocio de Margot Chariguamán, quien se dedica a la venta de ceviches desde hace 15 años en el barrio de San Bartolo, ubicado en el sur de Quito.
En su coche de ventas se observan unos recipientes con chochos, chifles y tostado que sirven como acompañamiento para los ceviches. Mientras atiende a sus clientes, comenta que no conoce de cerca los detalles sobre el proyecto del Gobierno que busca trasladar algunas oficinas del Palacio de Carondelet adonde hoy funciona el cuartel de Epiclachima, sobre la avenida Pedro Vicente Maldonado.
Sin embargo, considera que puede ser una buena oportunidad para que se incremente el flujo de personas en la zona y por ende también su clientela.
La preocupación de esta mujer es que, más allá de los cambios que se vayan a realizar, se les permita trabajar libremente en las calles y sin el temor de que en cualquier momento se les retire sus productos.
Las expectativas de Chariguamán son muy similares a las de Paulina Tipán, quien tiene una tienda de snacks, refrescos, y golosinas en la calle Urdaneta. Esta quiteña de 40 años recuerda que su madre tenía una cafetería en el mismo sector y cuando había eventos en el cuartel los generales y militares acudían a su local para servirse algo ligero.
Por eso, Tipán tiene la esperanza de que la llegada de los funcionarios aumente sus ventas, aunque se muestra prudente ya que es consciente de que en la actualidad hay más competencia.
Conforme avanza la mañana, el movimiento en la zona aumenta progresivamente y la gente aprovecha el sábado para relajarse y olvidarse de la rutina. Ese es el caso de Mónica Cuascota, quien acudió a las canchas del barrio para ver jugar futbol a sus dos hijos de 10 y ocho años.
Para esta madre, la preocupación principal del barrio es la seguridad. Ella explica que durante las noches es común ver a delincuentes que se movilizan en motos y asaltan a los transeúntes, por lo que espera que el proyecto del Gobierno sea un “pretexto” para mejorar la vigilancia y el entorno.
Efectivamente, las personas que se ejercitan en este espacio deportivo lo hacen en medio de un entorno lleno de basura y desperdicios. Asimismo, las bancas están cuarteadas, las paredes lucen grafiteadas y es evidente la presencia de indigentes.
Es por eso que las autoridades mantienen unos patrullajes constantes para evitar problemas. En la Unidad de Policía Comunitaria San Bartolo el cabo Segundo Quishpe cuenta que uno de los problemas del barrio es el consumo de alcohol en la vía pública, ya que esto desencadena otro tipo de conflictos como la violencia entre pandillas e incluso problemas intrafamiliares. Estos inconvenientes se acentúan en los fines de semana, cuando se llegan a recibir entre ocho y 10 llamadas asociadas a esta clase de problemas.
La expectativa alrededor de la llegada de nuevas oficinas al sector es que se aumente el número de vigilantes. Quishpe considera que el tema de la seguridad es mucho más complejo en la temporada de clases porque los estudiantes son vulnerables a ser víctimas de la delincuencia.
Las aspiraciones son diversas y la gente mira desde distintas ópticas el cambio del despacho presidencial hacia el cuartel de Eplicachima, más aún cuando este barrio se ha convertido en una zona bastante comercial, donde es fácil encontrar una amplia variedad de negocios: farmacias, sastrerías, lavadoras, mecánicas para autos, tiendas de víveres, clínicas, etc.