Fui testigo de un “bujiazo” en Quito

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No había presenciado antes un robo de estas características en Quito. Había escuchado que en las intersecciones los ladrones utilizaban una bujía para romper el vidrio de los coches y robar, especialmente, a las conductoras. Desde que supe esa noticia, opté por llevar mi mochila en un lugar más oculto de mi vehículo.

Era las 18:30 del martes 7 de octubre. Iba de sur a norte por la avenida Mariscal Sucre (avenida Occidental). En el centro sur de Quito llovía y la circulación vehicular avanzaba muy despacio. Yo iba por el carril derecho, en sentido sur-norte. El tránsito empezó a detenerse por períodos más prolongados al salir del túnel de San Diego y cuando ya no podía caminar más, agarré mi teléfono para ver los correos electrónicos.

Al llegar a la parada de buses de La Ermita se movió la cola de carros y puse mi iPhone bajo mis piernas, como si hubiese sabido que algo iba a pasar. Me detuve nuevamente bajo el paso elevado y me sorprendió que desde una de las paredes del viaducto empezaron a saltar dos muchachos. Me llamó la atención que se botaran desde tan alto, creía que lo hacían para cruzarse la avenida. Arriba se quedaron otros tres muchachos. Todos vestían chompas gruesas y gorras, como aquellas de pandilleros.

Cuando cayeron en la calzada corrieron directamente hacia una buseta (de transporte escolar). Todo empezó a ser más rápido desde ese momento. Uno de los chicos, el más alto, llevaba algo metálico en las manos y rompió con fuerza la ventada derecha del carro amarillo. Se impulsó para meter la mitad de su cuerpo al asiento del copiloto. Creo que todos los que estábamos alrededor nos asustamos. En mi cabeza se pasó la idea de que iban a venir a romperme un vidrio y sacarse mis cosas. Reaccioné y la idea de que tengo una lámina protectora en las cuatro ventanas sirvió de bálsamo para tranquilizarme, pero no me atreví a sacar el teléfono para tomar fotos.

Desde lo alto los otros muchachos, que se veían mayores, celebraban las acciones que ocurrían en la vía pública. Al lado izquierdo de mi auto se quedó petrificado un motociclista, tal vez, él era el testigo más directo. Vi que llevaba una mochila crema y pensé que él iba a ser la próxima víctima. Él no podía avanzar porque el robo tomaba escena en el límite del carril izquierdo y derecho.

Los dos ladrones cumplieron su misión. No se veía qué le sacaron al conductor del pequeño bus escolar. Uno de los agresores corrió por mi derecha y el otro por la izquierda. Justo a mi costado, el más pequeño se cayó, talvez porque la calzada estaba mojada. Rápidamente pensé que podía abrir mi puerta y tratar de impedir el escape; no lo hice. Temí que sus cómplices también salten a defender con armas a sus “colegas”. Los vi, reían, como si el robo fuera una prueba para ser aceptados en su pandilla.

La caída del pequeño delincuente ocurrió tan rápido como un pestañazo, o al menos así lo sentí. El chico se levantó y vi su cara de susto, con sus ojos buscando los espacios para escapar. Ahí me di cuenta que todos los que estábamos atascados en la avenida Mariscal Sucre seguíamos la ejecución de esta fechoría. Una vez que los delincuentes desaparecieron, mis ojos apuntaron al conductor del bus escolar. Se veía asustado. El tráfico vehicular parecía cómplice de la fechoría, cuando todo acabó, pudimos avanzar lentamente. Buscaba policías. En la intersección de la calle Loja había agentes de tránsito. El conductor robado también siguió y ya por El Tejar se perdió.

En mi cabeza quedaron las imágenes del robo, pero especialmente la cara de susto del pequeño ladrón.
El jueves pasado tuve que hacer el mismo recorrido y fui más alerta. Esta vez circulaba por el carril izquierdo, llovía un poco más fuerte y el tránsito fluía un poco más rápido. No niego que iba nervioso porque temía que ocurriera nuevamente otro robo y esta vez sea yo el agredido. Me di cuenta que un muchacho se paseaba por la vereda superior del viaducto. Sospeché que él también podría ser parte del grupo de ladrones. No pasó nada, pero sí me percaté que desde lo alto observaba a los vehículos cuando frenaban debajo del paso elevado. Me imaginé que ese era su accionar para alertar a sus cómplices cuando alguien lleva algún objeto de valor. No pasó nada, la lluvia y el tráfico esta vez no fueron cómplices de un robo.

 

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