Waorani libres, ¿y después qué?

A los indígenas waorani los arrancaron de la selva, de su territorio de caza, de su trabajo en la petrolera, de su raigambre guerrera. Con leyes que apenas comprenden, la justicia mestiza confinó a siete de ellos a la cárcel y los aisló, enjuiciados por la matanza de un clan taromenane: indígenas de los pueblos no contactados del Yasuní.

Los operadores de justicia, conscientes, ahora sí, de que se trata de un grupo indígena en contacto inicial, acaban de excarcelar a los wao, de aceptar un régimen de libertad controlada con la concurrencia quincenal de los procesados ante un juez.

¿Era necesario dejarlos 10 meses en una celda para descubrir que se trata de guerreros con una cosmovisión distinta a la occidental? ¿Por qué esa fórmula era inconcebible en febrero, cuando los wao la plantearon?

Por 10 meses la justicia mestiza olvidó que los wao se han enfrentado con los pueblos no contactados, en un reducido pedazo de tierra cercado cada vez más por bloques petroleros de Ecuador y de Perú, desde mucho antes de que en la Constitución de Montecristi se escribiera que es ‘etnocidio’ incursionar en la zona intangible taromenane.

La excarcelación se produce solo a días de que el Estado entregue su informe semestral de la actividad extractiva en los bloques 31 y 43, donde hay presencia wao. ¿Coincidencia?

Lo cierto es que esta liberación, que no implica exculpación (la Fiscalía buscará juzgar el caso con una figura distinta al genocidio), es una oportunidad para pacificar el Yasuní. Trabajar con los wao, acercarse a ellos, permitirles comprender, por ejemplo, que las matanzas, la venganza, tiene consecuencias, es una deuda del Estado. Otra es dar la cara por sus omisiones desde las matanzas de marzo del 2013.

El desafío para la sociedad, apática en la materia, es diseñar un marco legal y protocolos que encuentren equilibrio entre el mundo taromenane, los waorani y los mestizos. La tragedia del Yasuní merece que el futuro de sus habitantes trascienda a la propaganda.

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