En algún momento de mi vida me he llegado a cuestionar por qué elegí ser periodista. Creo que estas dudas surgen los días de “depre” por tener que trabajar el fin de semana, cuando todos descansan; o cuando me quedé sin feriado porque tenía turno; o un viernes en el que miro las horas pasar y yo sigo en el mismo lugar, mientras llegan mensajes de invitaciones a las que no podré asistir porque estoy trabajando.
Sin embargo, esto era algo que sabía que sucedería y hoy no puedo quejarme. De hecho no lo hago, solo lo pongo en perspectiva. Esta es mi vida.
Desde que estaba en la universidad, mis maestros se encargaron de bajarme de la nube en la que uno llega a estudiar. Tenía 17 años y creía que sería una afamada periodista, al estilo de Bárbara Walters.
Pero poco a poco fui entendiendo la realidad. “Si quieres morirte de hambre sigue periodismo, si quieres tener dinero conviértete en comunicadora organizacional”, me decía una maestra a la que recuerdo con mucho cariño. Apenas estaba en segundo semestre de la carrera.
Esos augurios, aunque no se convirtieron en esa realidad tan fatídica, me hicieron entender que el periodismo sería una forma de vida y no un medio para lograr algo más.
Cuando entré a mi primer trabajo comprendí a qué se refería mi profesora. Tenía 21 años y empezaron las coberturas hasta tarde en la noche, las famosas “plantoneras”, los corre-corre durante todo el día, los portazos en la nariz…
Entonces fue cuando decidí que no quería ser periodista de televisión. Quería especializarme en áreas específicas, investigar y llegar más allá de la noticia, y en la TV eso no sería muy factible, así que mi meta fue la prensa escrita. Luego de dos años de esa primera experiencia, un poco a la brava, aprendí lo que era este oficio y di el salto hacia Diario EL COMERCIO, en donde llevo 7 años, 4 meses y 13 días.
Aquí aprendí lo que significa ser periodista y hacer periodismo. Aunque suene un tanto cursi, he visto recompensadas las decenas de horas invertidas para publicar un tema aunque solo salga en un cuarto de página.
Cuando llevaba un año en el diario me quedé embarazada y, no voy a mentir, fue el embarazo más complicado que pude haber imaginado. Esto dificultó un poco mi día a día: era difícil ir a una rueda de prensa y soportar los estragos de mi bebé que llegaban de un momento a otro; o viajar a la Amazonía para hacer alguna cobertura y tener que saltar de un helicóptero a metro y medio del piso…
Pero a pesar de esos ‘tropiezos’, eso era lo que me maravillaba de mi profesión: ningún día era igual al otro y todas las personas a las que conocía tenían una gran historia que contar.
Cuando mi pequeña nació y tuve que quedarme en casa por mi permiso de maternidad, me picaban las manos por escribir algo, por salir a reportear alguno de los temas que había dejado sin seguimiento porque tuvieron que hacerme una cesárea de emergencia…
Creo que el impacto de alejarme de mi hija recién lo sentí el día que tuve que regresar a mi labor. Fue difícil dejar a mi pequeña de cuatro meses en una guardería desde las 08:30 hasta las 18:00, cuando era retirada, aunque yo la veía recién a las 19:00, cuando regresaba a casa.
Ser madre y profesional es complicado. Por un lado tienes a las mamás abnegadas que abandonan todo por criar a sus hijos y por otro la pasión que te impulsa a esmerarte aún más en tu trabajo, porque ahora lo haces no solo por ti sino también por tu bebé.
Admiro a las madres que han dedicado su vida a cuidar su hogar, pero también a aquellas que salen todos los días a laborar por su familia. No creo que haya una receta para cada una, pero cuando estás en una profesión en la que tu tiempo es casi nulo, las cosas se complican. Y más aún cuando de las cuatro madres que estábamos embarazadas al mismo tiempo en el diario, tres de ellas no volvieron luego del permiso de maternidad.
Entonces te cuestionas si lo que haces está bien, si se trata de una competencia entre qué es más importante: tu hijo o tu carrera, pero luego entiendes que no es ese el enfoque, que el salir a la calle todos los días, madrugar más para tener a tu pequeño listo, aunque hayas dormido apenas unas tres horas, sacarte leche para mandar en la pañalera, llorar cada vez que lo dejas en la guardería… todo eso tiene un fin: asegurar para ellos el mejor futuro que puedas.
Al menos así lo veo yo. Hoy mi hija tiene 6 años, está en la escuela, no tiene ningún “trauma” por haberla dejado desde tan pequeña al cuidado de otros, tiene calificaciones excelentes y es feliz. Y lo mejor de todo es que todos los días me pregunta qué aprendí en mi trabajo y a quién conocí, siempre hay algo nuevo que contar. Por eso soy periodista.