El Estado llamado Ecuador empieza a desintegrarse. Santa Mariana acertó en su profesía: el Ecuador no desaparecerá por los terremotos sino por los malos gobiernos. De los varios que hemos sufrido, el del señor Correa le puso la puntilla al enfermo toro, al que el actual ha tratado de curar con paños en la arteria abierta.Entre sus errores, se descuidó de divulgar con eficacia el desgobierno y latrocinio del correísmo, a punto tal que la sociedad empieza a creer que el responsable de la crisis es el actual gobernante. Después de los acontecimientos de octubre el Gobierno entró en hibernación, de la que empieza a salir impulsado por una realidad que ya no admite omisiones. Al fin se desmontaron los subsidios a los combustibles, pero con piola, para restablecerlos cuando suba el precio del petróleo, en lugar de focalizarlos. Se han tomado otras medidas adecuadas a la situación aunque incompletas. Todo se hace con temor, procurando cuidarse en sano. Y la verdad es que no le falta razón al
Días atrás fui a mirar lo que queda del edificio de la Contraloría y me produjo indignación. No solo por los destrozos producidos en el inmueble, sino por la estrategia y organización que requiere atacar un objetivo, con una intención concreta: acabar con los expedientes que podrían ser pruebas en imputaciones y juicios.
Los subsidios son un cáncer que ha venido carcomiendo la estabilidad económica del país. Su origen está en los gobiernos pusilánimes que, por razones políticas y temor a la reacción popular, compensaron con ayudas inorgánicas a los afectados por las medidas económicas que el bien público obligaba a tomar, con la política de dar una de cal y otra de arena.
La democracia es una medalla de dos caras: en una está el sistema de valores y en otra las instituciones. Me temo que en el Ecuador las dos caras están vacías.
Según el dicho popular el tren pasa una sola vez. Y parece que el Presidente Moreno ha visto pasar la mitad de los vagones. Llegó al poder porque el preferido del mesías habría sido derrotado hasta por Lasso y creyeron que tendrían un fiel guardián de sus espaldas. No lo hizo, dio los primeros pasos con acierto, destapó la olla de la corrupción, impuso la tolerancia y empezamos a respirar aire fresco. Pero no pudo liberarse de una pesada servidumbre: la continuidad de funcionarios repartidos por toda la burocracia, que siguen imponiendo las políticas del antecesor. Moreno debió haber roto con el vínculo del pasado, aprovechando la oportunidad para convertirse en líder por fuerza propia, trocando la mala herencia en factor a su favor. Optó por tomar el camino del medio, que no conduce a parte alguna.
La lentitud en el despacho de las causas, la falta de independencia e imparcialidad, ha determinado que los litigantes hayan perdido confianza en el sistema judicial. El Estado ha reconocido en la legislación local un método alternativo para la solución de controversias. El arbitraje ofrece varios beneficios que ha impulsado su desarrollo en nuestro medio. La flexibilidad del procedimiento evita las demoras y formalismos procesales, siendo así más eficiente y expedito. Lamentablemente, el juez ordinario se siente empleado del Estado, del que recibe su remuneración y considera que está obligado por lealtad a fallar siempre a su favor. Litigar contra el Estado en nuestro país es caso perdido y más como en la década correista cuando los jueces recibían instrucciones verbales y escritas.
La frontera es una línea convencional que marca el confín del Estado: su soberanía terrestre, marítima y aérea, a la que el Estado está de la obligación de proteger y vigilarla.
Puede afirmarse que en el Ecuador no existen partidos políticos. Los medios de comunicación y los propios políticos se encargaron de desprestigiarlos. Antes de la llegada del correísmo los partidos habían dejado de cumplir el papel que les es propio y Correa se encargó de enterrar sus restos.
La grave crisis económica por las que atraviesa el país exige al gobierno destapar una olla que se ha mantenido cuidadosamente cerrada y publicar las cifras y datos con los que el señor Moreno recibió el país. El correísmo se defiende desde la tesis que cuestionarlo no es de izquierdas, sino una maniobra de la derecha.
El libro El Séptimo Rafael de Ana Karina López y Mónica Almeida va más allá de una investigación periodística, en cuanto es una biografía imparcial y objetiva de Rafael Correa Delgado, en la que se relatan las circunstancias familiares, universitarias y sociales que configuraron su personalidad.
Después de diez años de gobierno la herencia es un país en profunda crisis económica y una nación dividida en dos.
En vísperas de las elecciones presidenciales sentimos menos entusiasmo que cuando juega la selección de fútbol.
Donald Trump condujo la campaña política desde la dialéctica amigo/enemigo, propia del fascismo y del populismo - la mitad del país votó contra la otra mitad-.
No creo que deba confundirse la crisis del correísmo con la crisis del populismo. Todo hace suponer que el próximo gobierno – sea de la tendencia que fuere – llegará al poder al anca del populismo.
El señor Quishpe, en declaraciones a este Diario (30-03) ha dado una lección de sensatez: sostiene que “es necesario que la participación electoral no se quede dentro del territorio del centro a las izquierdas” Y añade que conviene conversar con todos “hasta para saber cuáles son las diferencias de fondo”.
En los últimos días hemos presenciado dos acontecimientos que se han ganado ser comentados. Empecemos por la reunión en Cuenca de un grupo de alcaldes, prefectos y otras personas con el propósito de dialogar y conSincertar. En una nación que se ha sido divida en buenos y malos, es decir amigos del Gobierno y sus contrarios, y en la que el diálogo ha sido archivado, sorprende y alegra que se vayan construyendo espacios de intercambio de ideas, entre sectores que no son ideológicamente afines.
fchiriboga@elcomercio.org En más de una sabatina hemos escuchado al Presidente de la República criticar el exceso de trámites y las molestias que padecen los ciudadanos que recurren a la administración para realizar una gestión.
Los partidos políticos del país desaparecieron, en parte, por su incapacidad para vincularse y representar los intereses de la sociedad y, en otra, porque en su mayoría se estructuraron en torno a caudillos cuya voluntad sustituyó a las ideologías.
El economista Correa es el artífice de una contradicción de mucho calibre. Por una parte, patrocinó una Constitución garantista, con las formalidades propias de las constituciones democráticas de un Estado de Derecho, no sin ciertas excentricidades como ese Consejo de Participación Ciudadana, brazo del Ejecutivo, con amplias competencias pero sin ninguna representatividad que lo legitime, o una Corte Constitucional con facultades discrecionales y legislativas, incluso con capacidad para interpretar la Constitución, privilegio que queda reservado a los representantes de la soberanía popular en los congresos o parlamentos. De otro lado, valiéndose del mismo marco institucional, ha sido el arquitecto de un Estado "hobbesiano", en el que la presidencia se ejerce como órgano de la personalidad del Estado, bajo el principio de que dividir el poder es disolverlo. Y también ha logrado que un amplio sector de la sociedad haya consentido en delegar en la presidencia un poder total, renunciando v
El tema de la reelección ha surgido como un episodio de gallera: si tú te lanzas a la Alcaldía yo promuevo mi reelección. Conocido el talante de los dos ciudadanos el duelo puede darse. Sin embargo, la intuición indica que más bien se trata de fuegos artificiales.