Entre los devastadores efectos que ha generado el estrambótico Mundial de la Tricolor está el de la notable devaluación de la imagen de Antonio Valencia. Se trata del jugador qué más lejos ha llegado en Europa en la historia del país y el más reputado de la Selección. Hoy, su prestigio está afectado y basta un surfeo por las redes sociales para comprobar el resentimiento que le profesan los hinchas. El valor de Valencia está tan depreciado que incluso el DT interino de la Selección se atreve a cuestionar al amazónico como capitán, al que considera ‘agotado’ para llevar el brazalete.
Los errores de Valencia como capitán, sin embargo, son ciertos. Falló en los acuerdos de reparto de dinero y la molestia de parte del plantel se filtró y ha generado esta ola de decepción, que hace ver (injustamente) a los jugadores como viles mercaderes. Es su error más craso, pero también falló como líder del equipo en la cancha, al que ni siquiera le ofreció disculpas por la roja ante Francia. Falló al no enfrentar a la prensa luego de la eliminación.
Quizás la palabra más ajustada no sea ‘agotamiento’ sino ‘idoneidad’. No todos los cracks pueden ser capitanes. Se trata de una figura importante y no meramente decorativa, que media entre el entrenador y los compañeros, que debe arreglar líos internos con altura, que impone ejemplo, que juega con esfuerzo hasta el último minuto, que no pierde la compostura (¿qué sería de un ejército cuyo general se vuelve loco en la batalla?) y que habla con los periodistas, en los tiempos difíciles. Si vamos a cambiar de capitán, hay que fijarse en la trayectoria, pero también en todo lo demás.