Este es un tema novedoso en las ciencias sociales. Por endograma se entiende el proceso de internalización de los conocimientos, actitudes y valores en prácticas sociales verificables. ¿Nuestra educación forma endogramas? Una propuesta en la línea de la emancipación.
El endograma genera varias lecturas; en este caso de la realidad que es polisémica y compleja, que incluye fenómenos, sistemas y subsistemas relacionados entre sí, y que en su conjunto reflejan lo que pensamos, sentimos y actuamos.
Un punto de partida es el reconocimiento –aunque nos pese- que nuestra sociedad está supuestamente enferma. Y esta enfermedad no es otra que la desvalorización del “otro” y del “nosotros”, en aras del egoísmo, el dinero fácil, la codicia, el placer superfluo, el poder por el poder y, en general, el doble estándar o doble moral que atraviesa todo el cuerpo social. Y una sociedad deformada por valores que se predican, pero no se viven es el caldo de cultivo de la anomia, la incertidumbre y la degradación paulatinas.
• El “ethos”
El endograma, según los estudiosos de las ciencias de la cultura, explica en parte este fenómeno. El endograma es una impronta o matriz mediante la cual los sujetos internalizamos valores, actitudes y creencias propios o ajenos, que se expresan en prácticas sociales conocidas como “ethos”. La cultura está “llena” de endogramas que dan carácter, diferenciación e identidad a los pueblos y naciones. Las culturas científicas, por ejemplo, tienen un fundamento lógico o racional; en las culturas andinas, en cambio, prevalece el mito: la tradición y la reciprocidad antes que la contraprestación, la astucia y la picardía.
• Paradigma reproduccionista
Los vehículos para crear endogramas, han sido por antonomasia, la familia y la escuela, como entidades formadoras de valores humanos, y dentro de este contexto, la religión también articuló las creencias, los conocimientos y las prácticas individuales y sociales reconocidas por la comunidad.
Pero hoy, la modernidad y sus estrellas –la televisión, la computadora, los videojuegos y el celular- han colocado en el mismo “saco” a los objetos de consumo masivo junto a los valores humanos, otrora referentes de nuestra cultura. El resultado de esta “ola” de permisividad o anomia ha sido un endograma evidente: la amoralidad secularizadora que quita referentes y ahoga el grito de unos pocos que defienden a los seres humanos vulnerables y la naturaleza amenazada. Por ejemplo: la inclusión, la tierra, el agua, el aire, las mujeres, las personas diferentes, los niños trabajadores…
Lo grave es que frente a esta gigantesca “ola” la educación tradicional hace muy poco o nada; más bien reproduce el modelo o actúa, en el mejor de los casos, de manera reactiva y no proactiva. Alguien decía con razón que el sistema educativo “se colgó” hace algún tiempo. Por lo tanto, la escuela ya no educa, los chicos no leen y los profesores tampoco. La educación vigente ya no crea endogramas –valores-, y nos vamos vaciando poco a poco de nuestro ser, de nuestras raíces y nos saturamos de tecnologías que “atrapan” a nuestros niños y jóvenes, futuros consumidores de más aparatos que los convierten en potenciales robots, que “aprenden” a pensar, sentir y actuar como sus programadores.
• ¿Disfunción cultural?
¿Exageración? Parece que no. Se observa, por ejemplo, una disfunción cultural evidente en el discurso pedagógico tradicional. Los profesores -con las excepciones del caso- no enseñan conocimientos sino un conjunto de informaciones dispersas para que las memoricen y repitan, muchas veces sin entender, sin pensamiento crítico.
No se ha logrado descifrar, repensar y descubrir la cultura propia, “desde dentro”, así como promover la interlocución. De esta manera, las externalidades dadas por los contenidos del discurso oral y escrito, unidas a la memorización no jerarquizadas por un aprendizaje repetitivo, predominan sobre la internalización de los procesos y el desarrollo de las sensibilidades, hoy estimuladas por el lenguaje icónico proveniente de las imágenes y los sonidos. El resultado es desalentador: alumnos-parlantes de ideas ajenas, pasivos, adictos a las soluciones rápidas, rentables y fáciles; ciudadanos sometidos a las ventajas y no a los esfuerzos y sacrificios, buscadores de héroes de ciencia-ficción… todo, en el ámbito del “homo videns” como relataría magistralmente Giovanni Sartori.
• Emancipación
Las repercusiones de este problema prefiguran un país que está cambiando -en infraestructuras y equipamientos-, pero no en mentalidades. Seguimos siendo un Ecuador fragmentado, con un aire de sometimiento -cuyo origen es la colonialidad, que todavía subsiste-, dominado por estructuras mentales, por lo tanto, lingüísticas y actitudinales, que fortalecen la dependencia, y una educación reproductora antes que emancipadora o liberadora.
Necesitamos, por lo tanto, una educación que cree endogramas, es decir, que lo que se aprende se aplique, que emancipe nuestra forma de ser y actuar, como personas y pueblos autónomos, y nos haga partícipes de los cambios que van más allá de las leyes, normas o de los edificios: desde ‘dentro’, que insista en la meta cognición. ¿Un nuevo tipo de escuela? Pero ese es otro tema.