Hace varios años, cuando estaba como Presidente de la Sociedad de Ingenieros del Ecuador, Zona Norte (Siden), y frente a los mismos problemas que se afrontan hoy por los derrumbes, con dolorosas consecuencias, nos permitimos presentar una sugerencia que, a nuestro juicio, hubiera evitado las muertes que estamos lamentando.
Desafortunadamente, debemos rendirnos ante la evidencia de que la política, en muchos casos, es incompatible con la racionalidad.
¿De qué nos ha servido a los ecuatorianos tener una hermosa, ancha y bien pavimentada carretera desde Alóag hasta Santo Domingo de los Tsáchilas, si al transitar por ella debemos mirar oscuros nubarrones que muestran rostros de fallecidos por la falta de precaución de alguna autoridad?.
Planteamos en ese entonces la posibilidad de construir túneles artificiales, que protegieran sectores conocidos por la frecuente ocurrencia de derrumbes.
Se me dirá que el costo es alto. Sí, estoy consciente de ello, pero pregunto: ¿es el costo alto un justificativo para que permitamos la muerte de ciudadanos ecuatorianos o de cualquier país?.
La construcción de este tipo de túneles, si bien es verdad que eventualmente habría casos que no fueran suficientes, pero es una alternativa válida, que proporcionaría seguridad en gran parte de los casos.
Se puede decir hoy que la magnitud de este derrumbe no hubiera sido soportada por ningún túnel artificial, pues entonces ¡para eso está la ingeniería! Plantear soluciones y no mantenerse irresponsablemente cómplices de una desgracia.
En nuestro país ocurre una desgracia y los políticos la olvidan pronto, incapaces de hacer uso del conocimiento de los ingenieros para plantear soluciones que beneficien al pueblo. Ni siquiera se ha visto el intento de encontrar una solución alternativa para evitar lágrimas y dolor de familias ecuatorianas.