Aguas con los cinturones de campeón de la CMB. Foto: Patricio Terán/ EL COMERCIO
Hoy su sonrisa no es la única marca en su rostro. Aún su ojo derecho está rojizo y en el pómulo se percibe un moretón que no termina de desaparecer. “A mi hermano mayor, Roberto, se le escapó una lágrima cuando me vio”, dice Marlon Aguas, el flamante campeón del peso welter de la Confederación del Caribe, por el Consejo Mundial de Boxeo (WBC, por sus siglas en inglés).
“Hubo mucho sacrificio, fue una pelea muy dura, di muchos golpes, pero también recibí, por primera vez en mi carrera profesional me fui al piso y la verdad fue desesperante”, relata Marlon, de 24 años, que el viernes 10 de octubre ganó al mexicano Jonathan “Bebé” Durán en el combate realizado en el salón José Cuervo del Distrito Federal. “Tenía todo en mi contra, el público lo alentó, pero pude lograr la victoria, por eso digo que hubo mucho sacrificio”.
Esa caída ocurrió en el segundo asalto, “Me paré pero no sabía dónde estaba, todo se volvió negro, hasta el sexto me sentía mareado”. En el séptimo retornó la “Furia Negra” –como le conocen- y empezó otra pelea. Conectó sus golpes preferidos, el directo al mentón y el gancho al abdomen. “Le pegué con fuerza, con todas mis fuerzas, pero no pude derribarlo. Sabía que los mexicanos eran aguerridos y difíciles, y lo confirmé en el ring”.
Pese a que “Bebé” Durán no cayó, el triunfo fue para el ecuatoriano por el número de golpes que conectó. “Cuando me miré al espejo no sabía si reír o llorar”. En su rostro quedaron las huellas de la fuerza y contundencia de los puños de Durán. “El rostro estaba completamente hinchado y el ojo izquierdo totalmente cerrado”.
También sentía mucho dolor “pero me sirvió para darme cuenta en qué profesión estoy metido. Esta fue la primera pelea que he hincharon un ojo y en la que sufrí muchísimo”.
Esa imagen con el rostro hinchado y algo desfigurado, que permanece en su memoria, también le han obligado a reflexionar en su estilo de combate, tiene buena técnica pero le gusta la pelea en corto, no rehúye al combate cuerpo a cuerpo, mas “me di cuenta que debo trabajar más en mi defensa sino voy a quedar más feo de lo que soy”, bromea y vuelve a reír, es parte de su forma de ser.
Es su segundo año en el ámbito profesional, suma ocho combates, de ellos cinco los ganó por KO y tres por decisión de los jueces. Su próxima pelea será contra el panameño Edwin Gamboa, el 7 de noviembre en el coliseo Julio C. Hidalgo, porque quiere seguir ascendiendo en la clasificación mundial.
En septiembre ocupó el puesto 25 en la clasificación mundial de la CMB pero desea terminar el año en 15. “Me veo peleando por el título mundial. Quiero enfrentar a Floyd Mayweather. Todos tenemos sueños, el mío es ese”.
Tras su retorno desde México, la semana anterior descanso. Disfrutó de la felicidad que le produce mirar su cinturón de campeón y de la compañía de su familia. Estuvo con sus padres Robinson y Ruth, con sus hermanos Roberto, Jimmy, Rafael, Tania y Reinaldo. También con su esposa Alexandra y sus hijos Madelaine y Maicon. “Ellos me apoyan, saben que es un deporte duro, pero lo practico por el bien de la familia y del país. El boxeo es mi pasión”.
El domingo anterior que llegó a casa, olvidó por un momento sus dolores para cocinar un sancocho. “Cómo lo extrañé, estuve más de un mes en México. Mi mamá nos enseñó a cocinar a los seis hijos, pero yo soy el que mejor lo hace”.
Nació en Quito hace 24 años y “tenía 12 años cuando vine por primera vez al gimnasio de La Tola, me trajo mi primo, Patricio Vivero, quien fue boxeador y seleccionado de Pichincha, pero falleció”.
En el boxeo amateur dejó huella. Peleó algo más de 120 combates en el equipo de Pichincha y Ecuador. “Conocí varios países: Nicaragua, México, Cuba, Venezuela, República Dominicana, Panamá”. Hoy quiere dejar huella en el boxeo profesional, porque “cuando una persona es positiva, siempre le va bien en la vida”.