Llama poderosamente la atención que Barcelona se niegue a apoyar la creación de una liga profesional de fútbol, autónoma de la Federación. Los argumentos de sus dirigentes para tener esta extrema cautela son algo rebuscados, desde el supuesto tema político de la propuesta de los colegas hasta la incertidumbre que genera un cambio.
¿Razones políticas? No deberían ser, pues la actual dirigencia de Barcelona ha sido proselitista, como lo demuestra el apoyo a Álvaro Noboa y el silencio ante la irrupción de Viviana Bonilla en el clásico.
Las razones para que Barcelona esté en contra son otras. Primero, en una liga con reglas iguales para todos, el ‘Ídolo’ no podría mantener su actual ritmo de vida, el cual recuerda mucho a la familia Ruiz-Palacios Romagnoli, de la telenovela ‘Qué pobres tan ricos’, gastando en estrellas cuando no se tiene ni para el agua de las divisiones menores.
El ‘fair-play’ financiero es lo que menos le conviene a un club tremendamente endeudado, que contrata jugadores caros mientras incumple el pago de sus obligaciones y tiene demandas hasta en la FIFA.
Más peligroso aún para Barcelona es que la liga se base en una distribución de recursos por derechos de televisión mediante una fórmula de reparto igualitario. ¿Todos con el mismo peso que Barcelona en los derechos y también en la comisión de arbitraje, la comisión de disciplina y otros ítems? Eso les descuadra.
Aunque quizás lo que menos les gusta a los dirigentes es que sean otros, menos paquidérmicos y más proactivos los que se embanderen de la idea. Para colmo, todos llaman al proyecto ‘liga profesional’. La palabrita ‘liga’ debe tenerlos a mal traer, evocando trágicos torneos internacionales. Sería cuestión de buscar otra para su mayor tranquilidad.