Beber enseña lo aprendido en los ‘rings’ del mundo

Arriba: Beber Espinoza en el Fit Center, en Quito.  Abajo, en el 2001,  cuando fue campeón bolivariano en Ambato. Foto: Eduardo Terán y Archivo / El Comercio

Arriba: Beber Espinoza en el Fit Center, en Quito. Abajo, en el 2001, cuando fue campeón bolivariano en Ambato. Foto: Eduardo Terán y Archivo / El Comercio

Arriba: Beber Espinoza en el Fit Center, en Quito. Abajo, en el 2001, cuando fue campeón bolivariano en Ambato. Foto: Eduardo Terán y Archivo / El Comercio

Los 120 kilos de Beber Espinoza, el corpulento imbabureño que se clasificó a dos Juegos Olímpicos, se gestaron con desayunos, almuerzos y meriendas dobles, máchica a toda hora y litros de helado.

Ahora, con 43 años y ya retirado de los cuadriláteros, el entrenador de boxeo, kick boxing y otras artes marciales, mantiene su musculatura con dos horas diarias de práctica, cientos de repeticiones en las pesas, y seis contundentes comidas que incluyen medio pollo a media mañana, dos platos de sopa en el almuerzo y un tazón de frutas a media tarde.

El doble campeón bolivariano de los súper pesados, el ecuatoriano que se clasificó a los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1999 y Santo Domingo 2003, es un tipo tranquilo, la mayor parte del tiempo.

“Es una persona con un corazón tan grande como su cuerpo. Eso puede decir bastante de él. Respetuoso, agradecido con la vida y con las personas, todo lo contrario de cuando se sube al ring”, refirió el entrenador personal Álex Galeth, del Fit Center, en el norte de Quito, donde Espinoza se ha ejercitado los últimos 10 años.

A ese gimnasio acude todos los días para alzar pesas y mantenerse en forma, sin engordar ni perder musculatura. “Ahora que soy entrenador debo mantenerme en un buen estado físico, porque si estoy gordo la gente no va a querer entrenarse conmigo”, dijo sonreído después de realizar el ejercicio francés para tríceps, recostado, con una pesa que tenía 20 kilos a cada lado.

Mientras lo contaba, el viernes pasado, emergieron sus instintos de peleador y lanzó un par de golpes al aire.

La velocidad de sus movimientos llama la atención, sobre todo porque mide 1,96 metros de estatura. “No trabajo con tanto peso para no engrosar más y no perder mi velocidad”, añadió con ese hablado tan característico de los afroecuatorianos de Imbabura.
Beber fue el último de 14 hermanos en su natal Vacas Galindo, parroquia de Cotacachi ubicada en la zona de Íntag.

Desde la infancia sintió una atracción por los deportes de contacto, sobre todo por las noticias que escuchaba del boxeador Muhammad Ali y también por las películas de Bruce Lee.
Emulando a sus ídolos, ese niño alto y delgado elaboró un improvisado gimnasio con costales de arena, en medio de un cafetal, y empezó a dar sus primeros golpes y patadas. En la adolescencia, persiguiendo sus sueños, se fue a vivir en Quito. “Me vine solo, arrendé dos cuartos por El Condado y me puse a entrenar”, contó el imbabureño que se convirtió en campeón nacional en karate, taekwondo y kick boxing.

Ya adulto empezó a practicar boxeo, porque cayó en cuenta que en esa disciplina olímpica tenía más opciones de triunfar. Al inicio peleó en los 81 kilogramos y su primer guía fue Luis ‘Cobra’ Buitrón, con quien se preparó un año y consiguió un título nacional.

Después de eso, ya apadrinado por Pichincha, empezó a entrenar con el experimentado Segundo Chango, técnico que no ha faltado a ninguna Selección de Juegos Panamericanos desde la cita de La Habana en 1991. “Lo llego a conocer ya siendo un adulto, pero su disciplina y honestidad lo llevaron a conquistar sus dos títulos bolivarianos”, dijo el entrenador que dirige el gimnasio de boxeo de La Tola.

En esos años empezó a comer doble desayuno, helado y máchica a toda hora para subir de peso y probarse en los +91 kilos. En esa categoría tenía más opciones para destacarse.

Beber Duba Espinoza Aguas, padre de seis hijos, asegura que realizó 460 peleas, incluidas oficiales y ‘sparrings’, como amateur, de las cuales perdió cuatro en disputas oficiales.

En una ocasión, en un sudamericano realizado en Quito, le rompieron la mandíbula. También se le quebraron dos costillas, se partió la mano y le destrozaron la nariz. “La mandíbula me la rompió un argentino, en 1998”.

En el 2002, en los Juegos Sudamericanos de Brasil, realizó uno de los combates que le dejó mayores enseñanzas.

En la ciudad de Belem, en la final de la categoría de más de 91 kilogramos, el tricolor se enfrentó ante el local Ubiratan Acosta, un pugilista que ya lo había derrotado antes. “Era un boxeador increíble y me estaba dando una paliza. Me rompió el tabique y el doctor argentino me preguntó si paraba la pelea. Le dije no, deje que me mate”.

“¿Qué te pasa Beber, eres cobarde o qué? Tu papá te debe estar mirando de arriba y estás quedado”, le dijo Chango que estaba ese día en su esquina.

Entonces Espinoza se levantó decidido, pensando en su padre, fallecido aquel año, y noqueó a su rival.

Una de las mayores satisfacciones del expugilista, a quien le propusieron nacionalizarse por Canadá, Italia y EE.UU., fue ponerse el calentador de la selección ecuatoriana.

El corpulento imbabureño, que todavía se emociona con las películas de Bruce Lee, asegura que la base para mantenerse en forma es la comida y el entrenamiento. Desayuna cuatro huevos tibios, bolón de verde, café y jugo. A media mañana consume más proteína. En el almuerzo, las sopas de harina de haba o arroz de cebada faltan. Además, pescado, ensalada, papas, arroz.

Al anochecer, el deportista ecuatoriano come tallarín con carne. Más adelante, nuevamente chuleta o pollo.

“Si volviera a nacer me haría boxeador, estudiaría más y sería un mejor padre para mis primeros hijos. Ahora, con 43 años, la joda se acabó y quiero centrarme en mi familia”.

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