El fútbol tiene el encanto de ser impredecible. Es una herejía futbolística evaluar actuaciones antes que concluyan los ciclos competitivos. Se trata de una herejía que seduce en una época globalizante, en la que resulta más cómodo leer el futuro con arrogancia antes que analizar resultados y campañas.
Una mayoría eliminó a Barcelona tras dos derrotas en la Libertadores. El equipo no justificó incorporaciones e inversiones, lo cual originó una vorágine de cuestionamientos en la que resultó patético leer al Presidente del club en interminables discusiones con la hinchada a través de las redes sociales.
Así fue Barcelona a Medellín a enfrentar al favorito de la llave. Un pequeño grupo de fieles hinchas viajó a Colombia aferrándose a la ilusión de lo imposible. Con precisión y eficacia Barcelona venció al Nacional 3-2.
El facilista “que se vayan todos” no funcionó como tampoco los “cambios estructurales” o que el DT “cambie su idea táctica”. Ni lo uno ni lo otro. Barcelona ganó de visitante y respira. No fue una hazaña ni un partido más. Simplemente el equipo se reencontró con un eficaz nivel de rendimiento y sus individualidades funcionaron. Entonces el entrenador ya no fue inepto sino un inteligente estratega y por fin “los jugadores mostraron su calidad”.
La realidad volvió al equipo. Para clasificarse Barcelona deberá obtener resultados y esperar que la fortuna los junte.
El fútbol ofrece lecciones inesperadas para sacudir a quienes creen saber demasiado y a quienes ignoran que el fútbol es una actividad lúdica y no una ciencia exacta.