Cotopaxi. El volcán activo más alto del Ecuador y del mundo ofrece un entorno incomparable. Foto: Telmo Arévalo
Para la mayoría de quienes vivimos en Quito y sus alrededores, es común despertarnos y encontrar al suroriente un celoso vigilante que nos mira impertérrito. Estamos tan acostumbrados a su presencia milenaria que mucha gente ya casi no le presta atención ni contempla su extraordinaria belleza. En cambio, esta no pasa de-sapercibida para los turistas que visitan nuestra capital.
Estamos hablando del Cotopaxi, considerado el volcán activo más alto del mundo. Amigos viajeros, esta vez les invito a disfrutar de todo lo que nos puede ofrecer este nevado y sus alrededores que, para quienes nos gusta la naturaleza en su estado puro, constituye un deleite inigualable.
Tomamos la carretera Panamericana Sur, con destino a Latacunga, y en poco más de 35 o 40 minutos encontraremos la señalética respectiva que nos indica por dónde tomar la vía secundaria que nos lleva al Parque Nacional Cotopaxi. Seguimos por un camino pavimentado hasta la garita de control, donde tenemos que bajarnos del vehículo y registrarnos.
Ahí encontraremos unas cuantas indicaciones escritas en español y en inglés, en las que nos dan varias recomendaciones para el buen uso del parque, lo que podemos y no podemos hacer, y qué conocer.
Unos cuantos kilómetros más prosiguen de carretera asfaltada, y en adelante la vía se hace lastrada pero en buen estado. En ocasiones, la falta de mantenimiento la vuelve algo irregular y obliga a ir más despacio para no maltratar el vehículo.
El paisaje que se nos va ofreciendo es cada vez más espectacular. Llegamos a una llanura donde a la izquierda tenemos la laguna de Limpiopungo y el cerro Rumiñahui.
Quienes deseen disfrutar de estos encantos tomarán la ruta que para allá conduce. Aves de diferentes colores y tamaños revolotean en sus alrededores, podemos observar chuquiraguas, pajonales y otras plantas nativas del sector, y rebaños de llamas que pastan con tranquilidad en sus riberas. El agua cristalina pero gélida refleja al majestuoso volcán que la cobija.
Siguiendo la ruta marcada, más adelante tenemos dos opciones. La primera es poner a prueba el estado físico y subir caminando hasta el refugio José Ribas, ubicado en la cara norte del volcán, a 4 800 metros de altitud. Los vehículos llegan hasta el parqueadero ubicado aproximadamente a 4 500 msnm, lo cual nos deja unos 300 metros de ascenso a pie por un arenal.
Tomando las cosas con calma, luego de entre 30 y 45 minutos de caminata, dependiendo de cada persona, llegamos al refugio, construido por el grupo de Ascensionismo del Colegio San Gabriel de Quito, entre 1970 y 1971.
El paisaje que se divisa desde las alturas no tiene comparación con ningún otro. El contacto con la naturaleza en su estado más puro y salvaje llena de vitaminas el alma. Vale la pena el esfuerzo. A uno y otro costado del refugio se pueden hacer caminatas hasta llegar a los glaciares para disfrutar del hielo perpetuo. Cabe indicar que quienes deseen pernoctar en el refugio por el momento no podrán hacerlo, ya que se encuentra en labores de reparación y adecuación.
La segunda opción, para la que se necesita un vehículo alto, y mejor todavía si es 4×4, es circunvalar la montaña en sentido oeste-norte-este. Se pueden ver hermosos riachuelos, pajonales, y otras montañas que rodean al volcán como el Pasochoa, el Sincholahua, y hasta el Antisana. Podemos acampar y disfrutar de un día o un fin de semana en comunión con la naturaleza.
Para finalizar, es recomendable ir con abundante ropa de abrigo (en especial si se sube hasta el refugio), y un poncho de aguas para protegerse en caso de lluvia. También vale la pena llevar algo para comer y líquidos para beber.
El recorrido se puede hacer con cualquier tipo de vehículo, salvo en la parte recomendada para 4×4. Hasta la próxima.