Wikileaks

Julián Assange es el antihéroe de la cultura de masas internetizada. Sus revelaciones han logrado catapultarlo a la fama y generar polémicas diplomáticas, políticas, pero sobre todo mediáticas. ¿Hay sentido en todo esto? La verdad es que muy poco. Las primeras revelaciones que realmente debieron parar los pelos de todo el mundo y poner a trabajar a la Corte Penal Internacional fueron las atrocidades descubiertas en Iraq y Afganistán. Sin embargo, no hubo cambio de rumbo y siguen matando más civiles que insurgentes. La abrumadora cantidad de información terminó generando el efecto que yo llamaría “La Naranja Mecánica” –por la película de Stanley Kubrick- donde la sobreexposición a la violencia y a las noticias de violencia termina dejándonos inertes.

La segunda entrega, a pesar de los golpes de pecho y las declaraciones rimbombantes de algunos apresurados, no es ni siquiera una revelación: todas las embajadas, de todos los países piden informes más o menos detallados sobre sus países. A nadie se le puede ocurrir que esos informes sean precisamente amables o llenos de eufemismos, menos tratándose de Estados Unidos.

Pero lo que es más importante, no es nada que los diplomáticos no se hayan dicho ya en los pasillos, en los cocteles o a veces en las negociaciones a viva voz. Es más, no es nada que a un servicio de inteligencia medianamente respetable no sepa o haya pasado por alto.

Así que malas noticias: no cambiará para siempre las relaciones internacionales. Primero, porque los países están condenados a lidiar el uno con el otro, a pesar de las asimetrías y las distancias ideológicas, precisamente para evitar guerras y conflictos.

Segundo, porque estas relevaciones son apenas una pequeña muestra interesada de informes estadounidenses que no son ni del Pentágono ni de la CIA y que al final pueden servir solo a historiadores o analistas.

Tercero, porque solo tenemos los cables estadounidenses y nadie dice nada de los cables chinos, rusos, franceses, italianos, cubanos, israelíes o árabes que giran alrededor del mundo diciendo más o menos las mismas cosas y tratando al resto de países como competidores o socios ineficaces. Paradójicamente la reacción más inteligente salió de Mahamud Ahmadinejad quien, minimizando las revelaciones dijo: “No les damos ningún valor a estos documentos. No tienen valor jurídico. Irán y los estados de la región son amigos. Estos actos maliciosos no tienen ningún impacto sobre las relaciones entre las naciones”.

Ya se ha vertido demasiada tinta sobre el caso ecuatoriano, donde más bien operó el “síndrome Tintají”, así que no es necesario abundar sobre el asunto.

Es más, esta ola de revelaciones también ha favorecido a Estados Unidos, porque ha puesto en evidencia –en tiempo real- la liviandad de China con Corea del Norte, sus problemas con Rusia y el nuevo tratado de desarme, y las presiones de los árabes contra Irán.

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