Duró demasiado –52 años, nada menos– pero finalmente se acabó. Con el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y EE.UU. ha terminado la política más perniciosa e insensata que el Estado norteamericano pudo haber tomado en contra de un país antagonista: el embargo económico.
Como ha ocurrido siempre, aquella decisión sólo afectó a los más débiles –es decir, a la mayoría de cubanos– y dejó intocados a quienes supuestamente se quería afectar: al clan Castro y a sus esbirros más notorios.
Cuenta Enrique Krauze que cuando se inició el bloqueo, en 1962, las cartillas de racionamiento asignaron, a cada persona, las siguientes cantidades de comida por mes: siete libras de arroz y treinta onzas de frijoles; cinco libras de azúcar, diez huevos y una libra de pollo congelado; cuatrocientos gramos de pastas y media libra de picadillo condimentado.
Huelga decir que ni siquiera esa lista mínima de alimentos llegó al estómago de los cubanos; la mayoría se iba al mercado negro, donde solo pocos podían comprarlos. Durante el denominado “Período especial”, el de mayor penuria para Cuba por la desaparición de la Unión Soviética que subsidiaba a la isla, Pedro Juan Gutiérrez narra, en su “Trilogía sucia de la Habana”, episodios de escasez tan dramáticos que lindan con la hambruna.
Gutiérrez cuenta, por ejemplo, cómo alguien es acosado por sus vecinos de tugurio sólo porque se enteran que guarda un tarro lleno de café en su habitación o cómo había gente que corría el riesgo de podrirse en la cárcel si la policía política le sorprendía pidiendo dólares o comida a los turistas a cambio de lo que fuera.
Durante esa misma época, Fidel Castro, el redentor de los pobres, se atracaba con langosta, bacalao y consomé de tortuga, todo ello bien regado con interminables botellas de Veuve Clicquot, según cuentan Manuel Vásquez Montalbán, escritor español, creador del inolvidable Pepe Carvalho, y Ángel Esteban, rendido admirador y exegeta de la obra de Juan Montalvo.
El bloqueo impuesto a Cuba fue la coartada perfecta para justificar la ineptitud de los hermanos Castro que provocaron terribles pérdidas económicas a su país, por causa de su miopía ideológica y su obsesión por controlarlo todo.
Por ejemplo, Castro decidía cuánto y cómo había que alimentar al ganado o de qué manera tenía que ser utilizado el equipo caminero. Su empeño más delirante fue romper récords en la producción de caña, algo que nunca consiguió a pesar de que destinó recursos materiales y humanos que costaron mucho más de lo que se esperaba obtener por la zafra.
Con la apertura económica de Cuba se abre un espacio para su democratización o, por lo menos, para que sus habitantes tengan mayor autonomía. Ojalá así sea.