Era allá por los años 70 después de Cristo. El emperador Vespasiano andaba medio alocado matando judíos y, después de someter nuevamente aquellas tierras rebeldes, regresó a Roma y se hizo llamar “Salvador”. Por eso, el evangelista Mateo quiere dejar las cosas claras desde el principio: el salvador que necesita el mundo no es Vespasiano (el César de turno) sino Jesús. La salvación no nos llegará de ningún emperador ni de la victoria de un pueblo sobre otro. Los caminos de la salvación son otros… No necesitamos violencia, injusticia, exclusión,… Lo que necesitamos es paz, una vida más digna y humana. Necesitamos más amor y compasión. Y esto es lo que Jesús anuncia con su nacimiento, con su vida y con su muerte. Lo demás… se lo puede llevar el viento.
Ah, y otro nombre anda por medio: “Emanuel”. Es un nombre chocante y novedoso, que significa “Dios con nosotros”. Y esta es la maravilla de la Navidad. Los primeros cristianos lo sabían bien: en el nombre de Jesús aprendieron a vivir y a morir. Yo siempre me he preguntado qué fue lo que conmovió al imperio, hasta el punto de rendirse ante una religión de pobres, de esclavos y correcaminos… No creo que fuera la doctrina (con aquello del Dios Uno y Trino y aquella loquera de la resurrección de los muertos), ni la moral, ni la liturgia, sino la forma de vivir y de morir, aquella convicción formidable de que Jesús vivía y moría con ellos. Quizá también nosotros, nuevamente, tengamos que aprender a pronunciar su nombre…
Yo siento que la Navidad está tan desfigurada que parece casi imposible comprender el misterio que encierra. Tal vez hay un camino que cada uno tiene que recorrer, una experiencia interior humilde, sólo posible cuando dejamos que hable el corazón. Sólo ahí se puede comprender que Dios se haya hecho hombre. Entenderlo significa que ya nunca estaremos solos, que nadie está solo y abandonado, a la deriva por los derroteros de la vida. Por eso la Navidad es una fiesta de esperanza. Podemos ser mejores, cambiar, arriesgarnos a amar más… porque Dios está con nosotros.
Ayer por la noche salí a ver Riobamba: las plazas iluminadas, los ciervos, Papá Noel, la gente que caminaba compulsivamente y sin mirarse a la cara, tan pendientes del consumo y tan lejos del dolor humano… y me preguntaba: ¿puede haber todavía algo de verdad en el fondo de estas fiestas, secuestradas por el comercio? Es más: ¿puede celebrar el nacimiento de Dios una sociedad que vive de espaldas a él, que destruye de tantas maneras la dignidad humana? ¿No necesitaremos que Dios nazca de nuevo entre nosotros, que se abra camino en medio de nuestras contradicciones y conflictos?
Para encontrarnos con ese Dios no hay que ir muy lejos: Dios está cerca de ti, donde tú estás. Esta es la maravilla: en cada uno de nosotros puede nacer Dios.