Hay varios traspiés en los que ha caído Andrés Manuel López Obrador: Envío un avión hércules a Bolivia, para que Evo Morales rehúya la justicia de su país. Lo mismo pretendió hacer con su amigo Pedro Castillo, quien tras disolver el Congreso y pretender erigir una dictadura, fue detenido. AMLO intentó la misma trama, pero la justicia peruana la frustró. Luego, con Jorge Glas, planeaba su evasión en auto diplomático y avión incluido. Pero no pudo. Ante la inminencia de la fuga del delincuente sentenciado, se irrumpió en la embajada, vulnerando un principio, pero protegiendo otros valores superiores.
AMLO provocó el conflicto. Quebrantó principios del derecho internacional público. El de no intervención en asuntos internos de otro país, pues La soberanía implica que un Estado puede conducir sus asuntos sin injerencia extranjera. Frivolizó el magnicidio de Fernando Villavicencio. Calificó al gobierno ecuatoriano de fascista. Repitiendo al pie de la letra la narrativa del correismo.
Se burló de las convenciones sobre el asilo político de 1933 (Montevideo) y la de 1954 (Caracas). Incurrió en un acto ilícito al conceder asilo a un delincuente procesado y sentenciado. En vez de invitar que el malhechor abandone la sede diplomática y entregarlo a las autoridades, lo protegió desechando los acuerdos y resoluciones de la Asamblea General de Naciones Unidas 2131 (XX) y 2625 (XXV).
La resolución de la OEA fue objetiva y equilibrada. Al igual que el pronunciamiento de IDEA, suscrito por 26 expresidentes iberoamericanos. Un llamado de atención a Ecuador y una reprimenda al gobierno de AMLO. Su régimen populista ha distorsionado el carácter del asilo político. Privilegia la complicidad con las dictaduras de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Con la lógica de AMLO, un delincuente, terrorista o narcotraficante, si es cuatacho del socialismo, lo cataloga de perseguido político.
Queda claro que los instrumentos internacionales sobre el asilo deben ser rediseñados. Lo repulsivo y abominable, que raya en traición a la patria, ha sido la actitud arrebatada, turbada y pendenciera de Rafael Correa contra nuestro país. Lo que explica su comunión en la corrupción de Jorge Glas.