Tras casi 15 años de chavismo, el triunfo de Nicolás Maduro en las urnas lo ungió como heredero del poder que ostentó el coronel Hugo Chávez en Venezuela .
El voto luctuoso por la desaparición del líder, quien se encargó personalmente de designarle como su sucesor para que sus seguidores le dieran respaldo, no alcanzó para gobernar.
Dos factores han pesado de modo primordial para que el deterioro, al cabo de un año de ejercicio de la Presidencia venezolana, sea ostensible.
El primero es, sin duda, la distancia gigantesca entre el carisma del líder populista desaparecido y el discurso poco imaginativo y vacuo del que el presidente Maduro hace gala, sin advertir que el uso y abuso de su presencia pública, en la radio y la televisión le desgasta cada vez más.
El segundo, y más grave, es que la crisis toca fondo. Los episodios que fueron cíclicos durante el largo chavismo se hicieron enfermedad crónica. Junto a la falta de alimentos y la inseguridad, esa tentación de los gobiernos autoritarios de acallar las voces críticas de la oposición, ha llegado a un punto en extremo sensible cuando se encarcela y apalea a manifestantes y dirigentes adversarios.
A un año de la vigencia de la alianza político-militar que padece Venezuela se ha abierto una pequeña puerta.
Por ahora es un diálogo de sordos. Todavía no hay voluntad de escuchar las razones de los otros, pero esa mesa puede dotar de una salida viable a esa sociedad polarizada y tensa.