Sobre la felicidad (y el honor)

Los gobernantes que usaron la política como un instrumento para crear una sociedad moral terminaron construyendo teocracias; los que ejercieron el poder para crear hombres felices, terminaron levantando tiranías.

Por ejemplo, Calvino mandó gente a la hoguera aduciendo que quería fundar una ciudad “libre de pecado” en Ginebra –una nueva Jerusalén– y el régimen castrista de Cuba ha cometido injusticias inenarrables con las personas que no quisieron ajustarse al modelo de “hombre nuevo” (feliz y perfecto) que supuestamente quiere construir.Immanuel Kant –un filósofo que reflexionó sobre el rol de la política en la sociedad– aseguró que el Estado no debía inmiscuirse en la moralidad ni en la felicidad de las personas, básicamente porque la felicidad es un concepto difícil de definir y porque la esencia de la moral está en el respeto a la autonomía de las personas.

La felicidad es, en realidad, un concepto elusivo porque las personas pueden ser felices con cuestiones absolutamente distintas y hasta opuestas entre sí. No obstante, creo que la felicidad –o el atisbo que podamos tener de ella– sí tiene que ver con algo que nos atañe a todos.

Se trata del honor. Para ser feliz –al menos por momentos– es indispensable tenerlo y cultivarlo. El honor –un concepto que muchos consideran caduco– consiste en la certeza de que tenemos y cultivamos una virtud, o un lado virtuoso, que no ha sido manchado, vulnerado o incluso robado por nadie.

Aquella certeza íntima nos permite diferenciarnos de las personas más abyectas que también pululan en este mundo. El honor es una condición que nos posibilita soñar y experimentar las ideas y los sentimientos más justos y nobles.

Al quitarnos el honor se nos niega la posibilidad de conectarnos con esa faceta virtuosa que tenemos los humanos y se nos condena a ir por la vida sintiéndonos disminuidos, imposibilitados de hacer algo mejor o más grande.

El honor es indispensable para alcanzar la felicidad –o, al menos, para tener un atisbo de ella–, pues de él depende que nos sintamos como personas capaces de actos heroicos o extraordinarios.

Por eso, las tiranías buscan arrancar el honor de quienes no se sujetan a ellas, inventando vejaciones de todo tipo: desde insultos y burlas hasta privaciones de la libertad en condiciones infrahumanas. Saben que una vez perdido, el honor es difícil de recuperar.

El honor tiene que ver con el amor por uno mismo que es, seguramente, la primera y más importante forma de amor que existe. No me refiero a un sentimiento megalómano, sino a una sana disposición a valorar lo que uno es y, sobre todo, lo que uno es capaz de hacer.

¿Quieren los gobernantes fomentar la felicidad? Lo mejor será que empiecen respetando el honor de las personas.

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