Hace un año leí un artículo del premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk que, entre otros temas, narraba el episodio de defensa de un castaño de 50 años que se alzaba frente al edificio Pamuk en Nisantasi, Estambul. 57 años atrás, el Ayuntamiento decidió derribar ese árbol para ensanchar la calle.
El vecindario se opuso, pero los burócratas de turno no escucharon. La mañana en que iban a talar el castaño, su tío, su padre y los demás familiares pasaron el día y la noche enteros en la calle. Defendieron ese árbol con sus vidas. Como dice Pamuk, “todos crearon un recuerdo compartido que la familia entera aún rememora con agrado y que los une a todos”, en contra del autoritarismo ciudadano.
Siempre he pensado que el autoritarismo y la ausencia de ley son enfermedades que dañan las estructuras de las sociedades. Después de la Segunda Guerra Mundial, un grupo de psicólogos (Theodor W. Adorno, Else Frenkel-Brunswik, Daniel J. Levinson y Nevitt Sanford) de la Universidad de California, en Berkeley, desarrolló una investigación sobre el antisemitismo.
Ellos descubrieron que era la punta del odio, del clasismo, etcétera. Realizaron una investigación amplia y entrevistaron a 2 000 personas. Y escribieron el libro ‘La personalidad autoritaria’.
En ese libro establecieron la diferencia entre autoridad y autoritarismo.
Una persona autoritaria no tolera las diferencias, no exhibe ambigüedades, necesita soluciones en blanco y negro, correcto o incorrecto, uno o lo otro. La duda es un atentado.
La gente que ha vivido en un régimen autoritario conoce muy bien cómo se sustituye, por ejemplo, la competencia por la lealtad. Los nazis expulsaron al judío que dirigía la Ópera de Dresden y pusieron a un burócrata analfabeto en su posición, que no sabía nada sobre el funcionamiento de una ópera, pero que era leal a la ideología nazi.
En Pdvsa ocurrió lo mismo que en la Ópera de Dresden.
En 15 años ha crecido un populismo autoritario, que decidió acabar con el avispero de un solo golpe. El chavismo ve los problemas de la sociedad como si se tratara de un nido sin solución.
El supuesto “sacudón” de la semana pasada es un ejemplo de cómo usar ideas sencillas para resolver problemas complejos.
Está prohibido pensar claramente sobre una complejidad. Reflexionar es de “burgueses”, o de “pelucones”, en el lenguaje limitado de Maduro.
Lo terrible es que las soluciones sencillas y rápidas agravan la crisis.
Veamos el problema de la ausencia de ley.
Por esa línea, se llega a la corrupción generalizada, a la injusticia social, a la riqueza obscena y la pobreza obscena.
Y cuando la gente tiene una ley y no la cumple, eso significa que hay fuego en el sistema.
En todas partes, hoy en Venezuela hay fuego en el sistema.
El Nacional, Venezuela, GDA