El Ecuador no está como Venezuela. El descalabro de nuestra hermana bolivariana marca diferencias de fondo y forma. Pero, uno de los logros de la revolución ciudadana en estos primeros ocho de los trescientos años que prometió gobernar, es habernos venezolanizado. Y no en lo bueno, que muchas virtudes tiene el país llanero, sino en lo malo. Y allí está el problema.
Más allá de las cifras, y de la suerte o pericia con que se capeé la crisis fiscal y del sector externo en este año, ha quedado descubierto que el modelo de economía política que con tanta petulancia se ha implantado en el país, no solo que es equivocado, sino que es inviable.
Su error e inviabilidad radica en el hecho simple de que ha construido una gigantesca maquinaria estatal, que no escapa a una ineficiencia y corrupción descomunales, imposible de gobernar y financiar en el mediano plazo. Diseñado constitucionalmente en Montecristi, este monstruo estatal se caracteriza por su exacerbado presidencialismo, una imprescindible interferencia ilegítima del Ejecutivo sobre las demás funciones y estamentos, la subordinación y ahogo totales de la economía y la sociedad civil a la lógica e imperativos estatales, la constitución de una masa infinita de clientes para su funcionamiento y legitimación, y sobre todo, en la conversión del Estado en el motor absoluto de la economía a partir de la apropiación de la renta petrolera que recibe el país; un extractivismo obsesivo en que la naturaleza no es sujeto de derechos sino un botín a saquear; y una insaciable succión de recursos de la población por la vía tributaria.
La construcción de este gigante ha significado el crecimiento de la burocracia en varios cientos de miles de funcionarios, la invención de incontables ministerios y programas gubernamentales innecesarios y la impúdica instauración de una maquinaria propagandística sin límites éticos ni respeto a la verdad. Empero, la construcción y reproducción de este monstruo no es sustentable ni política ni financieramente.
Y no lo es, porque no solo requiere de reelección indefinida y mayor autoritarismo, sino porque profundiza nuestra dependencia y vulnerabilidad respecto de los precios internacionales de petróleo. En otras palabras, vivimos de un oxígeno del que no tenemos ningún control. En ello, el modelo vigente es exactamente el mismo de la partidocracia. Y, como el Régimen anterior, resultará ingobernable. Allí radica su falsedad, más allá de los llamados logros de la revolución y el cacareo sobre el cambio de matriz productiva.
En su primera década de vida, y en contra de sus propios principios constitucionales, este estatismo sin límites ha cobrado ya dos víctimas: la democracia, lo cual incorpora también un vergonzante menoscabo de los derechos y libertades; y la soberanía, con la evidente hipoteca y entrega de nuestro país a la China. Si los precios del petróleo siguen en caída, pudiera cobrarse una tercera: la dolarización. Por ello, sí podemos decirles: su modelo fracasó. Por ese camino, ni en ocho ni en trescientos años transformarán el país.
@cmontufarm