Bajo el narcótico del Mundial nos han llovido leyes conflictivas, reformas constitucionales y también informes reveladores. Uno de ellos, que habla de la situación de la calidad de la educación al 2013, fue presentado por el Instituto Nacional de Evaluación Educativa, Ineval. El informe señala que en términos de calidad educativa estamos mal. Los chicos y chicas no aprenden. Las notas, de la mayoría de estudiantes, en Sociales, Naturales, Lengua y Matemáticas, están bajo la media.
El dato del Ineval no sorprende; más bien confirma una hipótesis que en el mundo educativo es una verdad a voces: persiste la crisis estructural de la calidad educación y no tiene signos que pronto sea superada. Sin embargo, tras el informe, aparece una gran pregunta: ¿por qué sobrevive la mala educación a pesar de los esfuerzos realizados?
A fines de los noventa del siglo XX se realizaron las primeras evaluaciones, las “Pruebas Aprendo”, para medir la calidad educativa, con resultados cercanos a los presentados por el Ineval en el 2014. Muchos analistas, en ese entonces, atribuyeron el deterioro de la calidad a varias causas: limitado compromiso de los presidentes de la República con la educación; baja dramática del presupuesto educativo que llegó en el 2000 al 1,7% del PIB; altísima inestabilidad de la autoridad educativa, promedio de un Ministro cada 10 meses, lo que liquidaba la sostenibilidad de cualquier política; paralizaciones frecuentes del sindicato docente por problemas salariales, que coadyuvaron al deterioro de los aprendizajes; pérdida de la rectoría por parte del Ministerio; entre otras.
Desde el 2007 la revolución ciudadana creó condiciones inéditas para la reforma educativa: alto compromiso del presidente Correa con la educación; elevada y creciente inversión educativa; estabilidad y prolongada permanencia de miembros del mismo equipo en la cúpula del Ministerio de Educación, MinEduc, bordeando los 7 años, desde el 2006 (exceptuando el tiempo del actual Ministro); eliminación del conflicto docente y la casi pulverización de la UNE; configuración de una rectoría extrema del MinEduc, con el consiguiente eclipsamiento de la participación de los actores educativos.
El resultado de estas extraordinarias condiciones económicas y políticas fue el elevado incremento de la matrícula y la recuperación del prestigio de la educación pública; sin embargo, la calidad de la educación sigue como hace décadas, mala, pésima. ¿Tanto apoyo político, tanta concentración del poder, tanta plata, a dónde se fue? Urge investigar.
Cabe examinar las políticas de calidad del MinEduc desde el 2006. El Ministerio debería promover una evaluación independiente, la sociedad civil también. Y luego, a corregir errores, y marchar a una reforma a través de un nuevo acuerdo nacional por la calidad.
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