Enrique Pinti
La Nación, GDA, Argentina
La violencia de género, el acoso escolar, el abuso infantil, el maltrato a los ancianos y la vieja y detestable xenofobia son cada día más frecuentes. O, quizás, son cada día más visibles porque, afortunadamente, son temas de los que hoy se habla más por la gran difusión en medios.
Hay que ponerse de acuerdo con el sentido común y no borrar con el codo lo que escribimos con la mano. Si se han perdido pautas de conducta que, de algún modo ponían cierto freno a las actitudes violentas, no debemos preconizar una vuelta a un pasado. Allí donde esas actitudes no sólo no se publicaban, sino que, muchas veces, eran tomadas con toda naturalidad. Incluso, servían para hacer chistes de sobremesa familiar del tipo: “a tu mujer le haría falta una buena paliza para que no sea tan mandona”, “si lo pesco a mi marido con otra lo reviento a golpes con el palo de amasar” o “yo, a mis hijos, los quiero mucho, pero de vez en cuando hay que darles un cinturonazo para que sepan quién manda”.
Hoy cualquier niño es tomado como rehén por parejas irresponsables que, llevadas por sus diferencias muchas veces puramente económicas, sumergen a esas criaturas en un universo de mezquindad. El que esto escribe no tuvo la desgracia de ser víctima de ningún castigo corporal, pero ha sido testigo visual o auditivo de tremendos golpes aplicados a otros pibes.Así es que, por un lado todo se sabe, se discute y se trata públicamente lo cual es mejor que en otros tiempos. Sin embargo, paradójicamente, la violencia es cada vez más irracional y mucha gente cede a la tentación de reclamar violencia para combatir la violencia. Y esa gran contradicción obstaculiza las posibles soluciones que se podrían implementar para, primero, tratar de entender los factores sociales que conducen a estas conductas aberrantes. Una tarea nada fácil en un mundo en permanente conflicto con guerras por todas partes, que se transmiten en directo a través del televisor que preside la mesa familiar. A su vez, esas guerras se reproducen en sofisticados juegos infantiles y adolescentes, que son la versión siglo veintiuno de aquellos revólveres y ametralladoras de plástico que tanto horrorizaban a mis padres y abuelos.
Aunque parezca cursi y simplista decirlo, sólo el afecto, el amor, la tolerancia y el respeto por los otros pueden paliar en alguna medida los efectos negativos de tanto odio, egoísmo e indiferencia
El que esto escribe recuerda las cosas buenas de los viejos tiempos con la misma claridad que las malas. Y también observa con su mentalidad de septuagenario que los niños y jóvenes de hoy no se comunican con sus mayores como lo hacíamos antes.
Encerrados en las redes sociales dialogan e intercambian opiniones y emociones con amigos, que muchas veces ni siquiera conocen personalmente. Ya se sabe la importancia de esas redes que han cambiado en poco tiempo la manera de informar. No se trata de demonizarlas, pero la mala utilización de lo virtual puede aislar a los jóvenes y acercarlos a mundos oscuros y peligrosos.