El título se lo debo a mi amiga Mercedes a la que siempre le impresionó la forma cómo Ecuador, un país no precisamente acaudalado, tira el dinero a mansalva o, peor aún, menosprecia el dinero que le ofrecen sin más razones que las de un gruñón en medio de un cólico de bilis. Nada más cierto que el caso de la cooperación internacional para el desarrollo.
A inicios del gobierno de la revolución ciudadana hubo un acertado esfuerzo por organizar mejor el recurso de los cooperantes y porque el Ecuador se adhiera a la Declaración de París sobre la efectividad de ayuda al desarrollo, que básicamente promovía la mejor apropiación de los países receptores de los fondos de cooperación, la armonización de esfuerzos, y la institucionalización de logros vía responsabilidad mutua y gestión por resultados. Pero la Declaración ha sido suscrita por 138 países y al menos 29 organismos multilaterales y en ningún caso ha significado la salida de cooperantes o la multiplicación de obstáculos para el funcionamiento de los mismos, menos aún, el acoso permanente con requisitos y más requisitos hasta que la cordón se corta por la parte más delgada: ellos se van.
El Gobierno puede argumentar muchas cosas, como que la cooperación para países de renta media iba a desaparecer de todas maneras o el tema de la soberanía, pero al menos en el primer punto, los casos de países vecinos, como Perú y Colombia dicen lo contrario. El PIB per cápita de los dos países es superior al ecuatoriano y sin embargo, tienen ingentes proyectos de cooperación precisamente con la agencia que acaba de irse, Usaid.
Es por lo menos paradójico que un gobierno que pregona como su eje central la industrialización haya empujado fuera del país a la agencia que financió sola la primera iniciativa estatal de sustitución de importaciones, dando el fondo inicial para la Corporación Financiera Nacional y pagando los estudios que pedía la Junta Nacional de Planificación.
Si es el tema de la soberanía, esto contradice aún más el sentido común: si el Estado ha recuperado su capacidad en estos 7 años, por qué temer a organizaciones como la Konrad Adenauer o a la National Endowment for Democracy. Por más que apoyen a partidos o movimientos contradictorios al gobierno, su simple presencia sin hostigamientos sería una publicidad gratuita de que la democracia reina en el país. De paso nos podríamos ahorrar lo mucho que ahora se gasta en mejorar nuestra imagen internacional.
El problema de fondo es que ningún dinero, ni el proveniente de la cooperación internacional ni el de inversionistas, puede o debe sobrar en un país que tiene cerca del 60% de subempleo y todavía un cuarto de población debajo de la línea de pobreza. Como siempre en el país hemos pasado de un extremo (hagan lo que quieran) al otro (no pueden hacer casi nada), siendo incapaces de mantener el equilibrio para beneficio de todos los ecuatorianos.