El superadobe muestra sus bondades en Quito

Los pisos son de rodelas de eucalipto y de tallos de totora. Se lacaron para aumentar su vida útil. Foto: Jenny Navarro/EL COMERCIO

Los pisos son de rodelas de eucalipto y de tallos de totora. Se lacaron para aumentar su vida útil. Foto: Jenny Navarro/EL COMERCIO

Los pisos son de rodelas de eucalipto y de tallos de totora. Se lacaron para aumentar su vida útil. Foto: Jenny Navarro/EL COMERCIO

Una de la tareas incesantes de la arquitectura y la construcción actuales es buscar nuevos sistemas, materiales y técnicas constructivos que posibiliten edificaciones más baratas, sustentables y amigables con el ambiente.

El superadobe se inscribe en esa esfera. Desarrollado entre 1960 y 1970 en California, Estados Unidos, por el arquitecto iraní-estadounidense Nader Khalili, este sistema no usa nada más sofisticado que sacos rellenos de tierra o arena y alambre de púas, para trabarlos y aumentar su resistencia a esfuerzos de tracción, presión y complexión.

Su utilización es una alternativa sustentable, económica (más cuando se utiliza la minga), amigable con el ambiente y térmicamente estables.
Aunque por sus características (económicas, ecológicas y constructivas) es un material muy conveniente de utilizar para edificaciones alternativas, en el país -tan entregado al hormigón armado- su existencia solo estaba confinada a un puñado de arquitectos y constructores vanguardistas.

Y no es sino hasta hace unos meses que se acabó de levantar la primera edificación de su tipo en Quito: el Departamento de Producción del Instituto Metropolitano de Diseño, emplazado en el límite de La Floresta y La Vicentina.


También se utilizó en la construcción del ‘Centro de investigación y diseño’ en La Pila, una población manabita vecina a Montecristi que basa su existencia en el tejido de sombreros y accesorios de paja toquilla; y se está utilizando en el levantamiento de varias viviendas comunitarias en la comuna de San Rafael de la Laguna, que se asienta en una ribera del lago San Pablo, en Imbabura.


Un taller impartido por el colombiano Pedro Ramírez Medina fue el inicio del sueño, explica Edward Barragán, catedrático de ‘La Metro’.

Él nos enseñó las técnicas y su empleo más idóneo. Y entre catedráticos, funcionarios y algunos colaboradores que se volvieron expertos en el tema, fuimos dando forma a esta edificación de 100 m² .
Claro, dadas las condiciones de la edificación y la situación geográfica de Quito, tan proclive a los sismos, el superadobe tuvo que reforzarse convenientemente para que sea sismorresistente.

Para lograr ese objetivo, explica Barragán, se incorporaron elementos en hormigón armado como el muro de raíz o contramuro y la solera de amarre de las paredes.


Como sugiere la técnica, los muros se elaboraron con hileras de sacos rellenos con una mezcla de 90% de tierra y 10% de cemento. Cada hilera fue convenientemente ‘amarrada’ con alambre de púas.

Para dejar los vanos de ventanas o claraboyas se utilizaron llantas desechadas de vehículos, las que se retiraban una vez solidificados los ‘dinteles’.


Otra novedad del edificio fue la excelente apropiación de los materiales. Los pingos de eucalipto que se utilizaron en los andamios se transformaron en rodelas delgadas que dieron forma al piso.

Los vanos entre rodelas fueron rellenados con pedazos de totora.
Las cúpulas, características del superadobe, siguieron las escalas determinadas por Khalili y cuya relación geométrica está dada por la relación diámetro altura (1:1,5 o 1:1,8).

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