Lo dice la Organización de las Naciones Unidas (ONU): el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera aumentó un 30% en las últimas dos décadas. Frente a esa realidad, la necesidad de reducir la huella de carbono de las casas, oficinas y escuelas es más urgente.
Para la profesora de primaria Liliana Portilla no hace falta hacer grandes cambios para proteger al ambiente. Basta con pequeñas acciones, como la separación de basura, el intercambio de materiales y el uso eficiente de luz y agua.
La docente y la ambientalista Cristina Naranjo dan algunos consejos: Lo primero es iniciar un programa de reciclaje que vaya más allá de colocar basureros diferenciados.
“Si los chicos no entienden la importancia de separar la basura no lo harán”, indica Naranjo. Por ello, es necesario que dentro de la clase se explique el valor del reciclaje.
Por ejemplo, los desechos del Ecuador son diferentes a los de los países desarrollados. Aquí, el 80% de la basura tiene un componente orgánico que sirve desde abono para la tierra, incluso como biocombustible para generar energía.
Además, basura como el papel, el vidrio y el cartón pueden ser reutilizados. Usar las hojas de los dos lados, presentar tareas en hojas recicladas, imprimir textos ocupando las dos carillas del papel son algunas soluciones simples.
El problema –según Portilla– es que los profesores aún exigen una hoja por cada tarea, así el deber solo ocupe la mitad del papel. Una opción es que tareas, consultas, ensayos se entreguen y corrijan por correo electrónico. De esa forma se ahorraría más del 50% de papel que se usa en tareas, indica el Centro de Investigaciones Ambientales de Argentina.
Naranjo agrega que las escuelas deben ponerse en contacto con un centro de reciclaje para que se complete el ciclo. Estos lugares también recolectan basura tecnológica.
Otro de los gastos grandes de las instituciones educativas son las planillas de agua y de luz. Lo que se podría solucionar con el aprovechamiento de la luz solar y el uso de focos ahorradores. En clase, por ejemplo, se pueden colocar regletas para conectar todos los aparatos electrónicos y al salir al recreo o a un receso se puede apagar todo con un solo botón.
En el caso de los laboratorios de computación es necesario que el docente programe todos los ordenadores, máquinas de fax e impresoras en modo ‘dormir’ después de un período de inactividad. Esto ahorra energía y reduce la producción de gases de efecto invernadero.
Por lo general, los centros educativos cuentan con amplios espacios que se pueden aprovechar para construir un huerto orgánico. Con eso, los chicos no solo aprenden conceptos de ciencias naturales, sino que también ensayan prácticas de sustentabilidad.
Estos huertos son aptos para plantas medicinales (cedrón, romero, manzanilla) y pequeños árboles frutales, dependiendo de la zona. La idea es que estos alimentos sean sembrados, cosechados y consumidos por los alumnos y que ellos repliquen lo aprendido en casa.
La iniciativa se puede extender hasta los administradores del bar, para que tengan su propio huerto, y aprovechar así las frutas de temporada, por ejemplo. Para disminuir la generación de plástico, cada estudiante puede llevar su propio termo para consumir las bebidas.
El uso de materiales verdes, como cuadernos hechos con hojas de otros, lápices de madera reciclada, esferos con cubiertas de cartón y tinta ecológica son una opción ‘verde’.
Si a esto se le suma la opción de crear un bodegón de uso común de materiales de aseo (papel higiénico, jabón, gel desinfectante) y de útiles escolares (fómix, goma, marcadores) se disminuirá la producción de basura y la huella de carbono.