Los cuidados que hacen posible un buen morir

Familiares y personas con enfermedades irreversibles aprenden a afrontar el deceso y a desmitificarlo. Foto: EL COMERCIO

Familiares y personas con enfermedades irreversibles aprenden a afrontar el deceso y a desmitificarlo. Foto: EL COMERCIO

Familiares y personas con enfermedades irreversibles aprenden a afrontar el deceso y a desmitificarlo. Foto: EL COMERCIO

No hubo espacio para palabras de consuelo. Los médicos se lo dijeron directo, sin tapujos; con la frialdad de un cirujano en el quirófano.

A David Pérez, de 68 años, le quedaban solo dos años de vida. El cáncer de próstata había ganado la contienda. Lo enviaron a casa a descansar; a esperar.

Fue un enero de 2004 duro para él y su familia. La muerte nunca fue un tema de conversación en su hogar. Al menos no como algo cercano.

Pero poco a poco, ante lo ineludible, fueron mirándola diferente; sin mitos. Rompieron con esa idea de que es un castigo, algo malo, un final... La Fundación Ecuatoriana de Cuidados Paliativos, en Quito, ayudó en ese proceso de entenderla como parte de la vida.

Desde hace 17 años sus especialistas y voluntarios acompañan a las familias y personas con enfermedades irreversibles. Se preocupan no solo de tratar el dolor físico-médico, sino también del espiritual y psicológico -ignorados en las historias clínicas-.

“No se trata de morir en paz, sino de vivir bien”. Lucía Maldonado lo remarca. Ella es parte de la Fundación y una de las personas que visitan a las familias en casa, como parte del acompañamiento.

Sonríe cuando evoca a David Pérez o ‘Don David’, como lo llaman con cariño en la Fundación. Él se ha convertido en un ejemplo de inspiración. Pese a que su cáncer le impidió moverse en un determinado momento, recuperó la movilidad.

Él repetía que iba a volver a caminar; estaba convencido de que el enfermo era el cuerpo, no su espíritu y su alma. Por eso no dejó de nutrirlo. Dedicó buena parte de su tiempo a leer y a escribir.

Sus memorias dieron vida a 135 páginas de un libro que bautizó: ‘Versos Cojos’. En parte narrativa y parte en prosa, se deja leer por la sal con la que se concibió. Un humor fino que logró imprimir ‘Don David’ y que fue parte de su personalidad. A su esposa y compañera le dedicó buena parte de sus versos:

-Oiga querida Conchita/
pídale a taita Dios/
que la muerte nos depare/
el mismo día a los dos/
-Mi querido Davicito/
eso me parece atroz/
Si tú quieres esa gracia/
pide solo para vos.

El libro se ha convertido en un insumo clave para el acompañamiento de las personas que aprenden a aceptar la muerte y vivirla. Cada persona a su ritmo, pues no todas la asimilan por igual. Depende de las condiciones familiares, sociales y económicas.

La psiquiatra y escritora suiza Elisabeth Kübler-Ross ha identificado al menos cinco etapas por las que deben pasar las familias que atraviesan por estos momentos difíciles. La negación de la enfermedad, la ira, la negociación, la depresión, hasta llegar a la aceptación, que es la etapa ideal.

No es algo matemático, pues puede tardar meses o incluso años. Y cuando se cree que una etapa ha sido superada, se puede volver a la primera. El tiempo es el peor enemigo.

De ahí la importancia de tener un guía que le permita avanzar. 2 239 personas, desde que se creó la Fundación, han pasado por ese proceso.

Rosa Guanotasig es asistida por Jonathan Naranjo. Foto: EL COMERCIO

No es nada fácil. Carlos Sotomayor lo sabe. Él no solo es voluntario, sino que también acompañó la muerte de su padre. Se emociona al recordar los últimos momentos. Él fue cómplice de sus antojos, muchos prohibidos.

Un chocolate, un caramelo o hasta una copita de whisky para arrancar el día. “El doctor se lo había prohibido, sí... ¿y? Más daño ya no podía hacer. Su cuerpo estaba consumido por la enfermedad, pero era profundamente feliz”.

Su hijo sonríe. Lo recuerda con cariño y no con culpa como suele ocurrirle a otras familias que dejan pendientes. Como un perdón que no se dijo a tiempo o la conversación que nunca se dio. Y es que enfrentar a la muerte y tener una despedida saludable no implica solo aceptarla. Es disfrutarla.

La madre de Doris Vallejo, por ejemplo, quiso ir a la playa antes de irse. Quería sentir la arena en los pies y cumplir con ese anhelo de ver a toda la familia junta.

Estuvieron tres días entre carcajadas y bromas frente al mar; tres días que marcaron la vida de todos y que los ayudaron a reencontrarse más allá de las preocupaciones o el dolor natural que implica la pérdida de una persona querida.

Los familiares y amigos de ‘Don David’ también lo vivieron. Él falleció en agosto del 2008. Lucía Maldonado estuvo con el ambateño unas horas antes. Observó cómo, antes de liberarse finalmente de su cuerpo, levantó el brazo y mostró su pulgar arriba. Sonrió.

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