Sairy Lligalo llega al arte desde varias aristas

El rescate y la conservación de la cultura de Chibuleo, en Tungurahua, se plasman en su obra. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO.

El rescate y la conservación de la cultura de Chibuleo, en Tungurahua, se plasman en su obra. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO.

El rescate y la conservación de la cultura de Chibuleo, en Tungurahua, se plasman en su obra. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO.

La definición de vida de Sairy Lligalo es simple: “Desde que nací, ya era alguien y nací desnudo, sin ninguna posesión”. El artista oriundo de Chibuleo, una comunidad de Ambato, es pintor, músico, escritor y tatuador.

Aprendió a ser polifacético durante las diferentes etapas de su vida, en las que se incluyen haber vivido en Estados Unidos, Francia, Bélgica, Suiza, Dinamarca y Alemania. Se identifica como quichua, porque además de haber nacido en una comunidad indígena, sus abuelos le transmitieron las tradiciones, costumbres y cultura de esta nacionalidad.

Hace tres años regresó al país con nuevas ideas y retos. Sairy, que en quichua significa espíritu, decidió recuperar su identidad y recordó las enseñanzas que le habían dado sus abuelos cuando era joven. “No volví para buscar mis raíces, simplemente las encontré dentro de mí, porque el camino de búsqueda de uno mismo es para adentro y no para afuera”.

Recién instalado, levantó su propio temazcal (especie de choza pequeña hecha de pieles y barro) sobre una estructura de madera. El sitio se usa para los rituales de sanación ancestral por medio de vapor. Los participantes en la ceremonia ingresan al lugar solamente con ropa interior.

Las hierbas aromáticas como manzanilla, ruda, eucalipto o cedrón se utilizan para las vaporizaciones que transforman el ambiente en algo similar a un sauna. “Pese a la influencia occidental, en Chibuleo se conserva casi intacta su cultura tradicional. Logramos total armonía con la naturaleza y con elementos y técnicas tan antiguos que son inentendibles para los mestizos”, añade Lligalo.

Al volver de su viaje, en 2010, el artista inauguró en Chibuleo el primer inipi del Ecuador, con el objetivo de fomentar la salud mental y sanidad corporal usando vapor. De acuerdo con el chibuleo, todas las etnias son las mismas. “Tenemos ritos muy similares para liberar la mente de las cargas emocionales que nos hacen retroceder en nuestra carrera diaria”.

La esposa del pintor, Luna, cuenta que en el interior del temazcal se medita, se reza y se agradece a la Pachamama (madre tierra) por sus favores. “Tenemos temperaturas superiores a los 50 grados por lo que se consigue el otro objetivo que es limpiar el cuerpo”.

Además, construyó un pequeño local de adobe y techo de paja en donde funciona su galería de arte y un pequeño bar cafetería. A un costado están sus implementos para hacer tatuajes.

Precisamente para el inicio del año indígena (21 de marzo) tiene previsto un rito de sanación y la inauguración oficial de su galería y cafetería.

La muestra de sus cuadros, en los que expresa su amor hacia la familia y el respeto por la naturaleza, también es evidencia de sus otras dos pasiones. En música, creó un nuevo ritmo al que bautizó como Runacumbia y en otra de sus facetas se dedica a realizar tatuajes.

Los rostros de chamanes en trance, bailes tradicionales, familias cosechando trigo y almorzando, y el sincretismo entre el catolicismo y las creencias animistas de la etnia conforman las escenas típicas en su obra.

Según el artista, su obra manifiesta la realidad del pueblo indígena y la espiritualidad andina, en medio de una sociedad mestiza que cada día va perdiendo sus raíces culturales. “En el 2009 expuse mis pinturas en museos de Nueva York, Washington, Los Ángeles, San Francisco y la Universidad de Dakota del Sur”.

El sociólogo Carlos Navarrete dice que el arte indígena está cargado de significado. “Su elaboración emplea técnicas muy exigentes con las que el artista quiere reivindicar la identidad cultural de los pueblos originarios” de esta zona.

En cuanto a los colores, Lligalo dice que prefiere los del arcoíris. El sol, la luna, las estrellas, la noche y las aves son también parte de su inspiración, así como protagonistas de sus obras.

Además de pinturas, hace dos años Lligalo presentó su libro ‘Kuntur Jaka’, que quiere decir la sabiduría de mi abuelo el Cóndor. En la obra el narrador dialoga con sus abuelos y ellos le explican el valor de la sencillez de la vida indígena y la importancia de la Pachamama.

También habla sobre el Sumak Kawsay, la felicidad, la vida y la muerte. El libro está ilustrado con sus pinturas, donde como refleja el mundo interior del indígena, la noche contrasta con el día y rinde un homenaje a la Madre Vida, en forma de mujer.

Navarrete agrega que en este tipo de producción, la idea es que el público admire la diversidad de género, la riqueza cultural y la capacidad de las personas. “Los artistas de los pueblos nativos en todo el mundo han logrado recuperar el orgullo por lo nuestro”.

Para el crítico ambateño Jorge Páez, sin ambicionar la etiqueta de un ‘best seller’ ni el título de literato, Lligalo muestra su palabra y el eco de sus abuelos. “Es la búsqueda explícita del legado que nos han ido dejando las generaciones pasadas y que poco a poco vamos olvidando”.

En el libro, dice Paéz, cada historia envuelve alegorías indígenas y recuerdos pasados. Sus propias obras pictóricas acompañan de forma gráfica la escritura de este recuerdo de pensamientos vivos.

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