Introducción:
Si Rita Vivero está en su casa –como lo está para nuestra cita–, no será posible hablar con ella mientras no se sacie la curiosidad de sus dos hijas: Lucía (10) e Isabel (8); ambas dejan ver una locuacidad que no parece heredada de su madre, quien las observa callada y sonreída.
Por ellas me entero que Rita ha pintado algunos de los cuadros que cuelgan de las paredes, y que ahora pinta cajas y ya casi nunca lienzos. Graduada de médica, no ejerce en consulta, sino desde la investigación farmacéutica; su especialidad son las vacunas. Cuando las niñas nos dejan solas y comenzamos a hablar me advierte: “Como viste, soy ante todo mamá”.
Testimonio:
Llegué a la medicina por casualidad. No soy de esas personas que tienen planes fijos para su futuro. Más o menos voy viendo qué me va interesando y me voy enrumbando; y muchas veces se han abierto puertas laterales que he tomado: como la Medicina o la Farmacéutica.
Yo quería estudiar fonoaudiología (estudio y tratamiento de los problemas auditivos y del lenguaje), y me iba ir a Manizales (Colombia). Para hacerlo tenía que pasar unos meses sin estudiar y decidí entrar a Medicina, entre tanto, para tener bases. Para cuando tenía que irme ya había pasado más de la mitad del primer año que era el cuco y a mí no me había resultado tan complicado. Decidí terminar el nivel a ver qué pasaba y luego ya nunca me fui.
Hace nueve años entré al mundo farmacéutico, que me gusta mucho, y hace como cuatro que asistía a un congreso de infectología llegué de casualidad a la Asociación Internacional de Medicina del Viajero; ahora soy la única ecuatoriana asociada. Es un área con un enfoque mucho más preventivo que reactivo; necesaria, sobre todo en estos tiempos de grandes movilizaciones humanas, no solo por turismo, sino por los desplazamientos de otro tipo.
Ahora estoy trabajando a tiempo completo en la farmacéutica, pero pasé un año y medio en casa para darle más tiempo a la familia. Trabajar a medio tiempo no alcanza para mantenerse, y además una misma se pone presión para aprovechar lo que estudió. Las mujeres de mi generación nos debatimos en una suerte de cargos de conciencia por todo.
Si solo estudiamos y trabajamos, y por eso postergamos nuestra vida familiar, nos sentimos culpables y empezamos a pensar en que se nos acaba el tiempo, en el reloj biológico…
Y si has estudiado y te has convertido en alguien por ti mismo y no trabajas, sientes que estás defraudando a tus propias expectativas de ti misma. Creo que tenemos el peso enorme de ser hijas de madres que en su mayoría estuvieron en casa y que mantuvieron la esperanza de verse realizadas a través nuestro.
Entonces luego tienes hijos y si trabajas estás pensando: qué mala que soy, cómo les dejo botados; pero si no trabajas, te estás preguntando por ti, por tu realización, por el tiempo que dedicaste a estudiar. Es un dilema permanente, pero ahora siento que he encontrado un equilibrio. Vivo con ilusión todos los días, sin planes ni ambiciones grandiosas; quiero seguir criando a mis hijas, que viajen conmigo y fortalecer a mi familia, que es mi proyecto en desarrollo permanente.
Y si el día que cumplí 40 me sentí vieja, ya no me siento así, porque no he desperdiciado mi vida ni me he apresurado en nada. Estoy en un lindo momento.