Un rumor se postea, una noticia falsa se sube, una imagen trucada se cuelga en las redes sociales y de tanto compartirse hay quienes la consideran una verdad. Cada vez que pasa, el pensamiento ‘facebook-céntrico’ se confirma en nuestro sistema. Las gentes caen como moscas a la miel, por cientos, por miles.
Ayer, un cartel anunciaba a Sting en un festival con siete bandas extranjeras y cinco artistas nacionales; era una tergiversación de lo comunicado sobre el show a realizarse en diciembre.El resultado: más de 400 usuarios con el ‘me gusta’ flojo y de 200 con el ‘share’ fácil. Es un número corto si se compara con otros casos similares: ya los cementerios de la virtualidad no tienen capacidad por tanto famoso muerto –asesinado ilusoriamente– por las redes sociales.
Las ansias de celebridad, anhelo supremo en tiempos de hiperconectividad, hacen que los usuarios suelten voces destempladas, con el fin de estar en el centro de la ‘bomba’ de turno; mientras tanto, argumentos, ideas, contrastaciones y certezas son exterminadas. En las redes se comparte de todo: lo inmediato como trampa para el ingenuo, lo interesante por sobre lo inteligente.
Es extraño si se considera que en ese mismo medio es posible el cruce de múltiples informaciones, desde diversas fuentes y perspectivas para confirmar un dato; pero no se hace, lo fácil y la credulidad ganan y lo falso se reproduce de forma exponencial.
Sucede en las redes sociales, pero es un indicador del comportamiento humano. Perseguidoras de simulacros, constructoras de representaciones, fascinadas por la fama de la calle virtual, las gentes exponen su comodidad acrítica, como consumidores pop de cualquier novelería. Clientes irreflexivos sacrifican pensamiento por un poco de atención, por otro instante de celebridad.
Los casos se suman y, así, multiplican la frase atribuida a Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.