Verónica Pardo: 'Los perros son como ángeles'

Verónica Pardo Mujeres 4.0

Verónica Pardo Mujeres 4.0

Introducción:

Verónica Pardo entra y el mundo -es decir, los pocos metros cuadrados de su hotel para mascotas (Pets Plaza)- se pone patas arriba.

Cerca de una veintena de perros la recibe con entusiasmo y se lo hace saber a punta de ladridos. Chispeante, amable y diligente se ofrece a cambiar de lugar todos los muebles de la peluquería canina si es necesario para que la entrevista se desarrolle en un entorno cómodo.

No cambiamos nada y su historia transcurre entre ladridos, lambetazos, entradas y salidas de Fito, Pitu, Lancelot y algún otro de sus adorados perros; ha llegado a tener 22 en su casa. Y no puede imaginar su vida sin ellos.

Testimonio

Siempre he vivido en Quito, pero todos los fines de semana pasaba en la hacienda de mi papá en Santo Domingo, entonces desde muy pequeña estuve involucrada con vacas, caballos, perros. No me acuerdo en mi vida no haber tenido perros o gatos en mi casa; y no un perrito, sino de cinco para arriba.

Yo le atendía los partos a mi perra Frica y también a vacas y a caballos. Como también era atleta (corría 100 metros planos) cuando quería unos zapatos de clavos, por ejemplo, 'trabajaba' con mi papá y limpiaba a los terneros o me hacía cargo de las chancheras y ganaba plata.

Tenía muy claro que quería estudiar medicina, ya sea humana o veterinaria. Y entré a Veterinaria en la Universidad Central. Me encantaba, pero fue muy duro porque en ese tiempo todavía había mucha discriminación hacia la mujer; se creía que la Medicina Veterinaria era solo para hombres.

En cuarto año me salí de la 'U', no terminé mi carrera y lamentablemente aún no soy doctora veterinaria. Aunque no me arrepiento de nada, quizá debí haber peleado más en la universidad.

Había profesores que me decían: "Salga de mi clase, señorita Pardo, no quiero que se gradúe". Llegó un punto en que no pude más. Ahora estoy haciendo los papeles para terminar mi carrera.

Tengo que retomar la universidad porque han pasado 16 años; estoy con este papeleo de la Senescyt, que es complejo. Pero en cinco años ya me veo con mi título colgado en la pared, quiero hacer otra especialización en peluquería canina (ya hizo una en España) y tener un hotel más grande.

Hay gente que me dice que soy la Dra. Dolittle; yo siento que tengo un don con los animales. Es raro, no sé, debe ser como lo que sienten los pediatras cuando llega un bebé a su consulta; que saben que algo no está bien, aunque la mamá diga que todo es normal.

Mi teoría es que los perros, son –aunque suene un poco hereje– como ángeles. Son seres tan incondicionales, que nunca te van a mentir, que no te ocultan nada; si no les caes bien, no te mueven el rabo y punto, te gruñen y se acabó.

Por el deporte yo estudié también pedagogía y luego me fui al Brasil a especializarme en psicomotricidad infantil aplicada a la escuela. Y todo se unió: la psicomotricidad, los perros, la pedagogía y la veterinaria para ahora dar terapia a niños. Trabajo con niños en un hospital oncológico; con los perros ayudamos en problemas de ansiedad o de depresión.

Todavía lamentablemente no hay ordenanzas para que los perros de asistencia puedan ir con sus amos a todas partes. Uno de mis sueños es que todas las personas que necesiten un perro y tengan una discapacidad o una necesidad puedan llevarlos con ellas siempre.

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