Tras los vestigios de los pueblos del Pacífico

Radares y métodos de excavación por capas son algunas de las técnicas que aplican los investigadores rusos.. Foto: Joffre Flores / EL COMERCIO

Radares y métodos de excavación por capas son algunas de las técnicas que aplican los investigadores rusos.. Foto: Joffre Flores / EL COMERCIO

Radares y métodos de excavación por capas son algunas de las técnicas que aplican los investigadores rusos.. Foto: Joffre Flores / EL COMERCIO

En la bitácora del arqueólogo Yoshitaka Kanomata es lunes 15 de septiembre. El investigador de la Universidad Tohoku de Japón acaba de llegar a la comuna Real Alto, en Santa Elena. Casi al mediodía ha hecho su primer hallazgo: la piedra azulada bajo su microscopio era parte de un cuchillo de la cultura Valdivia.

En las últimas dos semanas, el Centro Cultural Real Alto, un museo rústico asentado en el agreste territorio peninsular -a 112 km de Guayaquil-, es el laboratorio científico de una expedición de arqueólogos rusos, japoneses y ecuatorianos.

Atravesaron océanos y cruzaron continentes, como lo hicieron sus antepasados, con una hoja de ruta clara: estudiar las relaciones entre los poblados precerámicos de la costa del Pacífico, de China a Mongolia, pasando por Rusia y las islas de Japón hasta llegar a Ecuador.

La investigación, que durará dos años, intenta hilvanar una historia en común alrededor del océano Pacífico; una historia con sistemas de navegación a larga distancia y el uso de recursos marítimos; una historia que desembocó en una explosión de creencias que quedó plasmada en cerámicas, plazas ceremoniales y en rituales como la deformación de cráneos.

Parte de la evidencia de ese nexo está en los vestigios recolectados por estos investigadores en los últimos años, en las costas orientales y occidentales del Pacífico. Las piezas conservan impresionantes similitudes, a pesar de la distancia.

“El océano Pacífico fue una avenida para el traspaso del conocimiento”, resume Jorge Marcos, director de la Corporación Nacional de Arqueología, Antropología e Historia (Conah) y de la carrera de Arqueología de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), universidad que tiene un convenio con arqueólogos extranjeros para el estudio.

Y es que la cultura Valdivia tiene mucho para aportar. Surgió en el Neolítico de la Costa ecuatoriana, hace unos 6 000 años, y desde su descubrimiento -en 1956 por Emilio Estrada Icaza-, es considerada uno de los primeros asentamientos de América, con unos 2 500 años antes de que se desarrollen otros poblados al norte o al sur.

La sociedad valdiviana de Real Alto se inició en 3 200 a.C. Nació como una aldea circular, se transformó en un pueblo rectangular y luego en una urbe con un complejo sistema de estratificación social, con élites o chamanes que concentraban el conocimiento.

Ese modelo de ciudad marcó el inicio de una revolución neolítica, caracterizada por la producción de cerámica temprana.
Hoy, arena y matorrales secos ocultan el esplendor del pasado. Un camino asfaltado zigzaguea entre las comunas Pechiche y Real Alto, en la parroquia Chanduy, donde las casitas de cemento están dispersas junto a una cancha desolada.

Para Marcos estas tierras no son nuevas. Las descubrió en 1971, un yacimiento al que bautizó como la Loma del Mogote (Real Alto). Tres años después hizo un plano completo del sitio con el apoyo de científicos de la Universidad de Illinois. Y en este mes volvió para analizar 16 hectáreas del museo, con el respaldo de moderna tecnología traída por la primera expedición arqueológica de Rusia en Sudamérica.

Frente a la estación del GPS, el doctor Andrei Tabarev de la Academia Rusa de Ciencias supervisa el uso de un radar, un coche rodante que recorre el terreno sinuoso. El equipo penetra hasta 3 metros de ­profundidad y detecta restos de habitaciones, sitios cere­moniales y vasijas… Con el radar y un dron harán un mapa tridimensional del área.

A pocos pasos, junto a una zona de excavación, el arqueólogo Alexander Popov, de la Universidad Federal del Extremo Oriente de Rusia, opta por un procedimiento más tradicional. En un papel grafica cada pieza que aparece al hurgar con palas la tierra rojiza.

Miles de vestigios con grabados rectangulares, triangulares y curvos surgieron de la arena grisácea, y guardan similitud con los trazos esbozados en el libro ‘La primera ocupación Valdivia en Real Alto’, de Jonathan Damp.

Marcos revisa las páginas que escribió su colega Damp después de visitar este asentamiento en los 70; y verifica, junto a Tabarev y Popov, que las piezas son idénticas a las halladas en estos días. Y mientras reúnen más pistas, otros limpian fragmentos.

Bajo el sol incandescente de la Península, los ecuatorianos Jaime García, Carlos Icaza y Juan Pablo Vargas, estudiantes de la maestría de Arqueología del Neotrópico de la Espol, ponen en práctica las técnicas que aprendieron en su último viaje a Siberia. Con agua y suaves cepillos develan los secretos de cada cerámica, piedra, conchas, huesos de animales…

El resto del trabajo está en manos del profesor Kanomata. Su microscopio puede amplificar de 200 a 400 veces cada objeto, como el fragmento de cuchillo, y evaluar sus bordes y pulimento. Con su experiencia y la tecnología, el japonés es capaz incluso de determinar por cuántos segundos fue usado.

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