Las crías en los zoológicos. Fotos: Joffre Flores y Enrique Pesantes / EL COMERCIO.
Un oso de peluche reemplaza a su madre. Se aferra a él con fuerza, en busca de un poco de calor. Es Sigi, una cría de oso perezoso que llegó por donación al Parque Histórico Guayaquil (PHG), cuando tenía unos dos meses de nacido.
Él es parte del grupo de los consentidos de zoológicos y centros de rescate, crías que nacen en estos sitios, o son derivadas a ellos, y donde reciben un minucioso cuidado de veterinarios y cuidadores para ayudarles a sobrevivir.
Alimentación especial, chequeos médicos y mimos son la fórmula que aplican como método de conservación, pues en muchos casos son especies vulnerables.
Sigi es uno de ellos. Como él, muchos de los perezosos de dos uñas que viven en el PHG, en Samborondón (Guayas), llegaron cuando eran bebés, víctimas de la venta ilegal que afecta a esta y otras especies nativas.
Su mirada tristona lo dice todo. “En muchas ocasiones los cazadores matan a las madres para despojarlas de sus crías”, cuenta Edith Lecaro, una de las zoocuidadoras. En su hábitat natural, hasta los 10 meses un perezoso pasa con su madre.
Las crías mimadas en los zoológicos. Fotos: Joffre Flores y Enrique Pesantes / EL COMERCIO.
Pero Sigi tuvo que conformarse con la panza fría de un muñeco ‘nodriza’. Cuando abren la puerta de su jaula-cuna se desliza lentamente hasta aferrarse al mandil de Ana Piña, veterinaria del PHG.
La especialista explica que ingenian técnicas para aportar a su sano crecimiento. Por ejemplo, preparan papillas con balanceados (para gato o perro) y leches de fórmula, de las que consumen los niños recién nacidos. “Les damos comida asistida, vitaminas y también tratamos de darles apego”.
El rol de los padrinos o técnicos especializados es trascendente para estos pequeños. Para Andrés Ortega, veterinario de la Universidad San Francisco de Quito, los primeros cuidados del neonato son vitales.
Cuando no está la madre el control es mayor, pues se requieren ‘madres sustitutas’. En estos casos, el veterinario debe vigilar la nutrición y estimulación del sistema inmunológico de la cría, así como mantener su temperatura corporal y un adecuado tránsito digestivo.
Para aplicar estas técnicas, el Parque Histórico tiene un área especial. La sala de neonatos es un espacio de 5×5 m, acondicionado con toallas, peluches, biberones y donde los bebés reciben cuidados veterinarios.
Las especies mimadas en los zoologicos. Fotos: Joffre Flores y Enrique Pesantes / EL COMERCIO.
Lore, una traviesa osita hormiguera, es la compañera de Sigi en la sala. Mientras el perezoso se conforma con unas verduras cocidas, ella embarra su trompa con una papilla rosada.
Lorena fue hallada en Los Ríos, sola. Será difícil que se acople a su hábitat natural, así que para inculcarle el hábito de su fino paladar la acercan ocasionalmente a los árboles para que atrape con su lengua pegajosa algunas hormigas.
Preservar sus instintos e interferir lo menos posible en su hábitat y ciclo reproductivo. Esa es la consigna en el Zoológico El Pantanal, que es parte de Asociación Latinoamericana de Parques Zoológicos y Acuarios (Alpaza).
Ubicado en el km 23 de la vía a Daule y una extensión de 3 ha, este es el refugio de 126 especies nativas y exóticas (más de
1 000 ejemplares). Su director, el veterinario Nelson Chiriboga, es casi el padre de todos.
Solo basta ver cómo la pareja de monos tití pigmeos lo observa. La especie, originaria de Brasil, se reprodujo aquí hace cuatro meses. Durante el alumbramiento de las dos crías procuraron no interferir para evitar el rechazo de los padres. Chiriboga recuerda que medían unos 4 cm -crecen hasta 12- y los vigilaron todo el tiempo mientras la madre los amamantaba.
Para su alimentación, y para la del resto de especies, el zoológico cuenta con un bioterio –para producir grillos y lombrices-.
Además les dan vegetales, frutas, carnes e importan leches para los pequeños. “Con espacio, comida, buena atención y cariño se logra con éxito la reproducción”, dice Chiriboga.
Y así también lo lograron con las cebras africanas. La pareja que fue enviada por un zoológico de EE.UU. tuvo a su pequeño en Ecuador. Hoy la cría tiene dos años. Algo similar ocurrió con las cinco suricatas que fueron traídas desde África. Se acoplaron tan bien al clima que ahora son 16; el año pasado nacieron las últimas crías.