Ocurrió hace cuatro años, pero aún recuerda detalles del momento en que un hombre le botó al piso, le arranchó la cartera y le robó USD 1 700. Era cerca de las 11:00 y Mónica B. había llegado a un banco del norte de Quito para retirar el dinero para pagar el sueldo de cuatro conserjes y del gas centralizado de un condominio nuevo.
Ella era administradora del conjunto habitacional y permanentemente acudía a la entidad financiera. Recuerda que ese día cruzaba la calle con el dinero y de pronto un hombre la agredió y lo único que vio fue cuando el desconocido corría con la maleta para subirse a un automóvil color café.
En ese momento, un repartidor de colas que descargaba las jabas tomó una piedra, lanzó contra el carro que esperaba al agresor, pero no pudieron detenerlo.
“Estaba muy asustada, lo único que se me ocurrió hacer fue llamar a mi esposo. Él me dijo que me pasara al banco otra vez para llamar a la Policía”, dice la mujer. Antes de que eso ocurriera, el distribuidor de colas ya se había comunicado con el servicio de emergencias de la Policía.
Llegaron los agentes de una UPC, con el patrullero recorrieron la zona, aunque no hallaron pistas.
Pero Mónica B. tiene otros recuerdos: “Cuando me asaltaron era plena mañana, había gente y nadie me ayudó. Yo misma me incorporé y pedí ayuda”.
Los USD 1 700 que perdió los repuso con su sueldo. Durante cuatro meses no cobró nada. ¿Cómo se ayudaba económicamente? “Por suerte mi esposo trabaja y él me ayudó bastante”.
El ataque le dejó secuelas: “Desde ese momento me quedé con un tic nervioso: cuando salgo siempre veo de un lugar a otro”. Dice que también lleva un paraguas en la mano y asegura que eso le da una sensación de seguridad.