Los familiares de Raghda Yaqub, quien falleció en un atentado, lloran la pérdida de la joven de 24 años. Foto: SABAH ARAR / AFP
Raghda Yaqub debÃa casarse dentro de pocos dÃas, pero la vistieron con su vestido de novia para su entierro, tras otro de esos atentados con explosivos que frecuentemente destrozan la vida de familias enteras en Bagdad.
La joven iraqui de 24 años acababa de prometerse con Alaa. En su primera salida pública, los dos novios habÃan decidido el miércoles ir a comprar unos dulces en una tienda del barrio de Ghadir, en el este de la capital.
La madre y un sobrino de Alaa los acompañaban, relata llorando Adel, padre de Raghda.
“No vuelvan demasiado tarde”, fueron las últimas palabras que le dijo a su hija.
Tres bombas explotaron en Ghadir esa tarde, incendiando generadores de gasolina que propagaron el fuego hasta los comercios cercanos. Mientras Alaa aparcaba el coche, Raghda morÃa asfixiada, atrapada en una tienda sin salida de socorro ni extintores, igual que la madre de Alaa y su sobrino, de cinco años.
“¿Cómo es posible que mi hija haya muerto cinco minutos después de la primera salida con su novio?”, se lamenta Adel. “TodavÃa no habÃa visto casi nada de la vida”, afirma.
“Enterramos a Raghda el jueves, una semana exacta después de que se prometiera”, cuenta Sana, la madre, entre sollozos, en el salón de la casa, donde cuelga un crucifijo y una imagen de Cristo.
“¿Qué religión acepta semejantes crÃmenes?”, se pregunta.
Pero Raghda no murió porque fuera cristiana. Simplemente fue la enésima vÃctima de una ciega violencia que vuelve a golpear la capital iraquà desde hace poco más de un año. Sin embargo, una cierta tranquilidad parecÃa haberse instalado hasta entonces, después de la imparable violencia confesional que costó la vida a decenas de miles de iraquÃes en los terribles años 2006-2007.
Mercados, mezquitas, cafés
Hoy, decenas de personas pierden la vida o son heridas cada mes en Bagdad por la explosión de artefactos, que van desde la pequeña bomba destinada a destruir un automóvil particular hasta el coche bomba repleto de explosivos, capaz de destrozar todo a varios metros a la redonda.
Todas las familias se ven afectadas, ya sea porque han perdido a uno o varios de sus miembros o porque alguno de sus integrantes vive con secuelas psicológicas o fÃsicas, a veces permanentes.
Esos atentados están dirigidos contra mercados, mezquitas, cafés, terrenos deportivos, calles comerciales o cualquier lugar poblado, para provocar el mayor numero de vÃctimas.
A veces son reivindicados por extremistas sunitas pero, en muchos casos, sus autores permanecen en un oscuro anonimato.
En la habitación de sombrÃas paredes, Ruha está desconsolada. La hermana mayor de la difunta ha llegado desde la región autónoma del Kurdistán (norte), una zona en general con menos violencias que en Bagdad.
“HabÃa venido para el compromiso de Raghda, pero he tenido que sepultarla”, relata. “La he enterrado en su vestido de novia, lo único que se llevó a la tumba”.