En el Centro Aprendiendo a Vivir trabajan también voluntarias, que ofrecen servicios odontológicos, venden ropa usada, brindan alimento un día a la semana… Foto: Jenny Navarro/ El Comercio
María Teresa Donoso responde: “Somos una cofradía”. Lo piensa mejor: “No, más bien una hermandad”, cuando se le pregunta si la Fundación Reina de Quito, que existe desde noviembre de 1984, es un club de amigas.
Con un presupuesto anual de USD 280 000, mantienen principalmente el Centro Infantil Aprendiendo a Vivir, para 150 niños. Es uno entre 18 sitios que en la ciudad brindan atención a chicos con síndrome de Down.
La ahora Presidenta del organismo fue Reina entre 1984-1985 y su antecesora le dejó los estatutos de la Fundación listos. Debía materializar la idea original que no se cumplió: ayudar a madres solteras. Con 19 años, en el Hotel Colón, el 11 de abril de 1985, reunió a 10 señoras que también llevaron la banda azul y rojo. Acordaron que se mantendrían unidas.
Durante casi una década repartieron 20 000 kits del programa ‘Niños durmiendo alrededor del mundo’, de una ONG canadiense. Luego decidieron enfocarse en lo que actualmente es su proyecto estrella: el centro para niños con síndrome de Down, que en principio recibió a 15 chicos con varias discapacidades como autismo y parálisis cerebral.
Veinte y nueve años después del primer té, las exreinas siguen juntándose. Lo hacen los miércoles. Almuerzan y se distribuyen tareas en actos para recolectar fondos. En cada niño invierten USD 180 al mes y la pensión es de entre 40 y 60.
El Municipio les entrega cada año USD 37 500, es un 14% del presupuesto que requieren. Así que desarrollan por lo menos tres programas cada año, para financiar la ayuda social.
Uno es el desfile de modas Contrastes, cuya edición 19 se desarrolló en octubre, en el Quito Tenis y Golf Club de El Condado. Colegialas y universitarias participaron como modelos y vendieron las entradas.
Diseñadores, como Milú Espinoza y Olga Dumet han expuesto sus trabajos en esa pasarela. Este año recaudaron unos USD 25 000 en venta de boletos; esa es la ganancia. Los ingresos por auspicios les permiten montar el show.
Desde hace cinco años, en junio, organizan también la Cena de La Rosa, con ayuda del chef Henry Richardson.
Veinte restaurantes compitieron para ganar el premio al mejor plato de comida ecuatoriana, latinoamericana, europea, dulce y oriental.
El chef asegura que este encuentro se ha convertido en un evento gastronómico. La gente disfruta de la comida y de ese espacio. Él dice que la elección de la Reina es parte de las costumbres de la ciudad, de la cultura latina, que resalta la belleza de la mujer. Pero “en este caso es más que eso, suman fuerzas para ayudar a la gente”.
A la reciente edición de la Cena de la Rosa acudieron 500 personas. Pagaron la entrada y degustaron platos, vinos, cerveza artesanal, champán…
Con Richardson también presentan el concurso la Guagua Linda; este año ganó la figura del Chulla Quiteño. Él preparó 7 000 porciones de colada, que vendió en combos.
Sofía Arteta, reina de Quito 1994-1995, se encarga de los actos. Es la directora ejecutiva. En su reinado construyeron la primera oficina, una casa prefabricada, en el terreno que primero el Cabildo les dio en comodato y después les donó.
En una amplia construcción en el mismo lugar, en la Iñaquito y Villalengua, en el norte, se mantienen. Frente a esas instalaciones está el Centro Infantil, construido gracias a lo recaudado en varios conciertos, en el reinado de Macarena Valarezo.
La asambleísta de Alianza País, Ximena Ponce, considera que la organización social puede tener la forma que decida. Puede llamarse Selección de Fútbol o Arbolito de Navidad. Lo que interesa es que exista.
Ella fue concejala de Quito y también Ministra de Inclusión Económica y Social. Le preocupa que esta fundación se convierta “en una extensión de la política municipal desde la perspectiva de caridad”.
Eso es algo que desmienten sus integrantes. Con la reina saliente, Cristina Elizalde, son 52 las mujeres que han lucido la corona. Y 27 son socias activas, la mayoría es voluntaria.
Rocío Avilés, reina entre 1969 y 1970, acude todos los miércoles, a las 08:00, a la fundación. Escoge ocho casos de personas que requieren medicinas.
Andrea Callejas, reina 2011-2012, está a cargo del proyecto de reciclaje. Trabaja a medio tiempo, de modo permanente, tiene un sueldo. Busca empresas que cada mes les donan chatarra, papel, cartón, plástico, que venden a Recorverde.
En la lista están Banco Pichincha, Aseguradora del Sur, Quicentro… Este último aporta con USD 300 en material cada mes. Un ejecutivo de este centro comercial dijo que apoyan a fundaciones comprometidas con sectores vulnerables. Por ejemplo, en el sur al hospital del padre Carollo.
Un ingreso fijo de unos USD 40 000 se obtiene de unos 300 padrinos, que aportan con entre USD 10 y 20 al mes. Todo se enfoca en el centro infantil.
Desde el 2012, la Fundación Reina de Quito decidió acercarse más a los jóvenes. Por eso la exreina Silvana di Mella emprendió una campaña contra el ‘bullying’ en los planteles. La reina 2013-2014, Cristina Elizalde, continuó con su labor a través de charlas sobre ‘ciberbullying’. Para eso también gestionan recursos.
Punto de Vista
No deben ser reinas para ayudar
Natalia Sierra, socióloga y maestra de la U. Católica.
No se requiere la ritualidad de un reinado o de unas reinas para hacer labor social. La elección está anclada a una cultura ligada a formas monárquicas. No somos España ni Inglaterra. Y no estoy de acuerdo con la industria de las reinas de belleza.
Personalmente estoy en contra de ritualidades que generan distinciones en la sociedad. Estas suponen ciertos privilegios simbólicos, económicos, sociales, políticos… Desde esa perspectiva estoy en contra de eso, de las inequidades.
Si la fundación es una institución que busca aliviar dolencias sociales está bien, es correcto. Pero no se necesita haber sido Reina de la ciudad para realizar actividades de ayuda a grupos.
No van a resolver problemas estructurales. Desde una dimensión ética está bien que apoyen a grupos de Quito. Sin embargo, no sé si tiene sentido mantener la fundación y el concurso. Cualquier acción que genere jerarquías o inequidades, en cualquier terreno, es negativo para una vida social sana.